García-Margallo y Fernando Eguidazu, en «España en su laberinto», hacen un recorrido por la historia de España en los dos últimos siglos, poniendo de relieve la polarización que ha caracterizado congénitamente tanto a la política como a la sociedad española. Si exceptuamos el período de la transición, con la Constitución del 79, que ha sido una etapa de consenso, de integración y de progreso, el resto se ha visto teñido por las confrontaciones y la falta de acuerdos en las reformas estructurales, económicas, educativas, laborales… Piensan que el tándem Zapatero-Sánchez, con los apoyos radicales que sostienen al Gobierno actual, han roto con la integración y la forma de hacer política de la transición, y han deslizado nuevamente al país por la pendiente del enfrentamiento.
Si analizamos detenidamente la sociedad y la política de finales del siglo XIX o la de la primera mitad del siglo XX, hablar de polarización de la sociedad en nuestros días parece una alucinación. Basta ver la convivencia pacífica de los ciudadanos en los pueblos, en las ciudades, en las playas, en las fiestas…, y contemplar cómo se ejerce el derecho al voto, cuando llegan las elecciones… Aunque, si nos acercamos a las redes sociales, descubrimos cómo mucha gente vierte, sobre quienes no piensan o actúan como ellos, todo el veneno que lleva dentro. Los comentarios que se hacen a los artículos de opinión o a la información de los diarios digitales son también un espejo donde se refleja el odio, la agresividad y el deseo de exterminio que la cultura y el progreso no han conseguido extirpar.
Donde sí se ha instalado la polaridad es en el Parlamento. Cuando se establecen «cordones sanitarios» a otras fuerzas políticas, por parte del Gobierno, y no se llega a acuerdos en ninguna materia, en ninguno de los grandes temas de Estado, sí que nos recuerda a Azaña, maestro de nuestro Presidente. En ambos encontramos el mismo objetivo: destruir al contrario y al régimen anterior, para instaurar la República, en un caso; para poner los pilares, desarmando el poder constitucional y legislativo, de una próxima república federal, en otro.
La polarización política nacional, con permanentes insultos y descalificaciones a los diputados adversarios, no se va a reproducir en la campaña de las elecciones municipales. Porque los mítines no irán contra personas, contra alcaldes, sino contra las políticas culturales, urbanísticas o sociales de los gobiernos cesantes, o en defensa de las mismas. Promesas, afortunadamente. Si no, cuando se encontrasen en el bar, tras las descalificaciones, los dos candidatos, saltarían «chispas» mucho antes de la fermentación del alcohol.
Publicado en IDEAL de Granada el jueves 5 de mayo de 2023