Hace unas semanas, el estreno en Valladolid del documental de Iñaki Arteta, Bajo el Silencio, recogía el testimonio de Mikel Azpeitia, párroco de Lemona, defendiendo a ETA: “Que un pueblo oprimido al que quieran conquistar responda con violencia, no sé hasta qué punto es terrorismo; es una guerra entre bandos, de una nación contra otra nación. Un conflicto había y hay, existía y existe”. Dice que en un pueblo al que no se le permite desarrollar su cultura, sería justo luchar contra la opresión. Ideas que provocaron una encendida reacción de las asociaciones de víctimas del terrorismo de ETA. Y, aunque el sacerdote pidió perdón, el Obispo le ha retirado las funciones eclesiásticas.
Pero no debemos olvidar que Don Serapio, párroco que aparece en la novela Patria, se decanta claramente por los feligreses filoterroristas, siendo prototipo de la clerecía vasca. En los años setenta, éramos conscientes de que parte de la Iglesia vasca era antifranquista y estaba alineada con el movimiento abertzale. Ahí están los hechos: las primeras asambleas de los terroristas se realizaron en conventos de benedictinos y jesuitas. Y José María Setién, como Obispo de San Sebastián, se decantó más por los asesinos que por las víctimas. Lo testifica Otegi, para quien Setién “representó los valores de parte importante de la Iglesia que jamás comulgó con el nacionalcatolicismo español”.
A la pastoral de Setién, de Azpeitia y de Don Serapio, se unen Redondo y Sánchez en el Santuario de Moncloa, abrazando a quienes cometieron atroces crímenes, secuestros, extorsiones, y a quienes se benefician de ellos: los independentistas. Tratando con desprecio a las víctimas. Hemos escuchado, en voz muy alta, al parlamentario autonómico Erkait Rodríguez, de EH Bildu, que ellos no vienen a Madrid, como el PNV, “a mendigar vacaciones fiscales”, sino “a tumbar definitivamente el Régimen”. Comparte objetivos con Montse Bassa (ERC): “me importa un comino la gobernabilidad de España”. Con estos bueyes no se puede arar.
España necesita grandes reformas. Pero no es el momento de “despiezar” a la víctima y repartirla a los lobos en paquetes lingüísticos, penitenciarios, de indultos… Deconstruir así no tiene marcha atrás. Hay que centrarse en atajar la crisis sanitaria, económica y laboral, para pactar después, serenamente, los grandes temas por orden de prioridad, sin la premeditación, nocturnidad y alevosía del estado de alarma. En países desarrollados no caben revoluciones. Desembocarían en involución y caos.
Publicado en IDAL DE GRANADA el miércoles 18 de noviembre de 2020.