Se acerca el día de los difuntos bajo el prisma del “eterno retorno”. Pero este año va a ser diferente. Porque encontraremos en el camposanto a familiares y amigos a los que no pudimos despedir por la pandemia. Turnos y distancias en las visitas al cementerio, para sustituir las inodoras flores artificiales por rosas, nardos y crisantemos naturales, que crearán un paisaje multicolor, de extrañas sensaciones olfativas, de emotivos recuerdos, acorde con la festividad.
Por estas fechas suelo releer el artículo que Larra publicó en El Español, el día 2 de noviembre de 1836, “Día de difuntos”. Su demoledora visión de España, centrada en Madrid, nos lleva, casi dos siglos después, a revivir la situación de descrédito en la que se hallaban envueltas nuestras instituciones y la clase política. El edificio del Congreso, escribe, “fue casa del Espíritu Santo; pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego”. En lenguas de odio, diríamos hoy, que intentan aniquilar a los adversarios, ante la perplejidad de la gente de bien.
En esta misma línea, pero menos desesperada, Juan Luis Cebrián, publicaba un brillante y clarividente artículo, el pasado día 19, en El PAÍS. Cree que la Constitución salvará al país de la grave crisis económica, social e institucional en la que está sumido, a pesar de que “las enfermedades infantiles de la izquierda, la vileza moral de algunos gobernantes y la incompetencia generalizada de la actual clase política se confabulan de manera objetiva para hacer de España un país peor de lo que en realidad es”. Su análisis ofrece, frente a Larra, soluciones que, ojalá, hubiera gestores capaces de llevarlas a cabo.
Con todo, los problemas que cada día oscurecen más nuestra esperanza, no deben arrastrarnos a la depresión. En el confinamiento al que nos vemos sometidos se crea un clima óptimo para la reflexión: para contemplar todas las vidas ejemplares que nos han dejado; para ser críticos con los que no conducen a buen puerto el barco de nuestras sociedad; para arrimar el hombro en estos momentos de crisis… Sin renunciar a los valores de la sociedad del bienestar, podemos recordar el axioma medieval “sic transit gloria mundi”. No para caer en un ascetismo irracional, sino para ejercitarnos en la solidaridad y fraternidad.
Publicado en IDEAL de Granada el lunes 2 de noviembre de 2020