Cáncer, sin eufemismos

         Hace un par de semanas, el durqueño Juan Antonio Haro presentaba en Nigüelas su último poemario. Haro, maestro y funcionario jubilado  de la Seguridad Social, compagina en  la Arcadia de Nigüelas, su actual residencia, la cultura agraria y la cultura literaria. En su huerta ha cultivado decenas de variedades de calabazas de agua, que le han aportado la materia prima para tallar un  museo de variadas figuras. Una exposición,  titulada «Mujeres con sombrero», ya nos deleitó en  el Centro Artístico granadino.

            Bécquer, en su Rima IV, dice que  «habrá poesía», mientras en la naturaleza exista  belleza y misterio que nos sorprendan; mientras haya problemas en la persona o amor al que corresponder. Juan Antonio, en sus primeros libros plasma la belleza del Valle de Lecrín, pueblo a pueblo, fuente a fuente, pues,  como Tales de Mileto, ve en el agua el principio de la vida, la esencia del Valle  («Más que agua, 2008»). En obras posteriores son sus paisanos, la gente anónima de Dúrcal, el objeto  de sus versos.

            En el libro que acaba de publicar, «Después de Abril», nos ofrece «poemas escritos y seleccionados al abrigo de la calma que ha dejado el paro aterrador de la tormenta». Poemas que plasman, sin eufemismos, las desgarradoras vivencias de diez años luchando contra un cáncer de colon. Los que conocemos a Juan Antonio compartimos su dolor e impotencia. Pero, como cualquier obra literaria, acabamos reescribiéndola: el último beso en la frente fría  de tu padre, en plena adolescencia, al que arrebató la vida «una larga y dolorosa enfermedad»; tu hermano, que soportó en silencio la metástasis y la quimio, para no molestar a quienes, con expresiones joviales, sufrían como él;  tu amigo, que se ha retirado de la vida social, para no mostrar su galopante  deterioro…

            El cáncer cambia una vida desde el momento del diagnóstico: «y todos mis proyectos / saltaron por los aires» «Comenzaba un calvario / de citas y de miedos, / horribles pesadillas / y noches contra el sueño». La operación y la estancia en la fría residencia del hospital le trasladan  «a una cadena / de tardes y mañanas / paréntesis de noches / terriblemente largas». Tampoco la quimio deja buen cuerpo al paciente: «Triste, dura y negra / salada y amarga, / hechicera, bruja, /  fulminante, mágica, / extraña, penosa, / alterna y trifásica».

            Juan Antonio también experimenta la terrible soledad, a pesar del afecto de su esposa, Mari Carmen, y de sus hijos. «Hay un abandono / y un castigo suelto / que hiere mi alma / que abate mi cuerpo». Soledad que presagia otra soledad más duradera. «Mañana cuando despierte / será mi cama más ancha, / más grande mi habitación / y la almohada más larga. Mañana la soledad / viene a quedarse en mi casa». Por eso escribe desesperado: «Déjame que llore solo, / déjame hasta que me harte».

            En este largo navegar por el proceloso mar de la enfermedad, celebra que va «a cumplir sus diez nueves de marzo / jugando de portero a la pelota. / Tras ciento veinte meses empeñado / en convertir en triunfo mi derrota, / hoy bebo, transparente y concentrado, / el zumo de la vida gota a gota».

            En estas circunstancias,  el ser humano sabe agradecer el dolor que infringe a los que le rodean y el amor que recibe: «Has luchado tú por mí / ocultando tu dolor. / Verte sufrir es peor / que mis noches sin dormir».

            Aunque estás bajo en defensas con la nueva quimio, tus amigos queremos brindar contigo, este Corpus,  en la Caseta de Motril. Si no, brindaremos por ti. Gracias por tu testimonio desgarrado, sincero y ejemplar. Gracias por hacernos pensar.

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