Dolor de ausencia

 

El tránsito del verano al otoño ha sido plasmado e inmortalizado por los artistas de la literatura, de la pintura, de  la música… La metamorfosis que sufre la naturaleza, la climatología,  la vegetación, impacta fuertemente en las personas, como seres que vivimos en simbiosis con el mundo natural. El color amarillo que va desplazando al verde y el ocre, que devora al amarillo, inundan nuestro espíritu de nostalgia, de tristeza. Atrás queda la alegría de un tiempo veraniego de encuentros con familiares y amigos, de comidas, de fiestas populares… que vuelan, como hojas marchitas, en el aire de nuestro recuerdo.

El otoño, que da muerte al verano, nos arrebata otras muchas cosas. Me vienen a la mente  dos hermanas que perdieron a sus padres en un intervalo de cinco días. Esto deja una profunda cicatriz en el alma, aunque parezca un acontecimiento de amor romántico: vivieron juntos y juntos murieron. Ni la muerte pudo separarlos.  Al entrar en la vivienda donde uno ha nacido y ha vivido lo mejor de su vida, un  vendaval  de recuerdos zarandea la propia existencia y una batería de preguntas nos asedia sin encontrar respuesta. Ventanas cerradas, fotos que cuelgan de las paredes, armarios llenos de ropa, sillones vacíos, televisión apagada…

El  siete de agosto, leía en Ideal que el Doctor Jiménez Filloy había muerto. Los ciudadanos que disfrutábamos de su exquisita atención, como médico de cabecera, nos quedamos de piedra. Yo recordé las palabras de François Villon, poeta francés del siglo XV: “Mes jours s’en  sont allés bien vite” (demasiado rápido se han ido mis días) y los versos de Miguel Hernández, “Temprano levantó la muerte el vuelo / temprano madrugó la madrugada” Un malagueño de la serranía, amante de la navegación, siempre quejoso de la indigencia de nuestra Costa en amarres deportivos. Nos recibía en la puerta de la consulta, haciéndonos esperar muy poco tiempo, con una acogedora y relajante  melodía clásica de fondo. Se alegraba, si nos encontraba sanos, y nos firmaba la solicitud del siguiente análisis, sin fecha, para evitarnos la molestia de una doble visita. Nuestra relación fue siempre profesional, pero la calidad en el trato y en la atención deja una herida que será duradera.

También ha vuelto el otoño con un silencio. Un silencio de recuerdos. El silencio de una pluma de oro que los sábados, junto a García Román, Benítez Reyes y Manuel Pedreira,  llamaba a la inteligencia de los lectores de Ideal para sacarnos de nuestra apatía e inyectarnos una dosis de Inquietud y compromiso frente a la desigualdad e injusticia de la sociedad actual; frente a la  desidia, conformismo y retraso de la Granada de nuestros amores y de nuestros pesares: Juan Vellido. Una firma de calidad que ya leíamos en los años ochenta en Diario de Granada, que nos ofreció  sus páginas, con Antonio Ramos de director, para analizar la actualidad granadina y española en  una incipiente  democracia quebradiza, que se despojaba de la camisa de fuerza de la Dictadura. Allí firmaban la columna “El Colmo” tupidas barbas “cheguevarianas”, como las de Pablo Alcázar, Antonio Espantaleón y Juan Vellido. El vacío de la columna periodística de Juan en Ideal, con su foto en cabecera (con su ya recortada barba y ampliada frente) nos deja huérfanos de una calidad difícil de igualar en el análisis de la actualidad social, política y cultural.   Mientras él se adapta a la feliz Arcadia de una merecida jubilación, nosotros digerimos con pesar la ausencia sabatina de sus elocuentes palabras, excelentes análisis y exquisita  prosa.

Tal vez tengamos que agradecer al otoño la creación de un marco natural para el dolor y la nostalgia, para el recuerdo y la reflexión en un mundo turbulento.

(Publicado en IDEAL de Granada el domingo 30 de septiembre  de 2018)

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