Si analizamos la etiología de “Ciudadanos” comprobamos que Rivera eligió perfectamente el nombre del Partido: formación política que tiene su caladero de votos en la ciudad, sin haber impactado en los sentimientos de los pueblos y de la sociedad rural. Burgueses de las urbes, no nacionalistas, descontentos con la gestión del PP y del PSOE, y reacios a las convulsiones de los populismos. Sus dirigentes fueron reclutados, en gran parte, de entre los militantes a los que les impidieron el liderazgo en otros Partidos. No son gente brillante, de lo contrario no se dedicarían a la política. Tampoco son la alegría de la huerta. Al menos por lo que se vende en el mercado. Cuando los vemos intervenir en público, por su fisonomía pensamos que pertenecen a la Orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia, que ejercen su trabajo en los cementerios de Guadix y Logroño.
Ciudadanos se presenta como la encarnación de la Justicia, la Decencia y la Honestidad en un país en el que, parodiando a Larra en “El día de difuntos de 1836”, estos valores han recibido sepultura a hombros de la clase política. Y allá donde la aritmética electoral se lo reclama, ofrecen su apoyo con un corpus de exigencias próximas al rigorismo calvinista. Lo mismo arrima el ascua al pulpo del PP, que a la sardina del PSOE. Lo importante es ser; ser germen de regeneración de la vida ética en la política. En Granada votaron a Torres Hurtado, para poco después botarlo. En Sevilla, con un ex-socialista al frente, escoltan a Susana frente a las embestidas del Señorito andaluz y la anticapitalista gaditana. Ante la “marea” en defensa de la supresión del impuesto de sucesiones en Andalucía, se suben al carro popular y condicionan la aprobación del Presupuesto de 2018, al cobro del mismo sólo a partir del millón de euros heredados. Y en Madrid apoyan la investidura de D. Mariano, así como los presupuestos del presente año, pero se mantienen a distancia del apestado para no contaminar la inmaculada trayectoria, de los nacidos sin pecado original.
Los Picapiedra, Pedro y Pablo, han expresado reiteradamente que están en política con un único objetivo: “echar a Rajoy de la Moncloa”, e instaurar un orden nuevo en este viejo país, de raíces teocráticas y régimen monárquico. Para ello están cocinando otra “moción de censura” con ingredientes del más variopinto sabor: bolivarianos, republicanos, anticapitalistas, capitalistas como Jaume Roures… Fin en el que converge Rivera, aunque con el establecimiento de la limitación de mandato a dos legislaturas para el Presidente del Gobierno.
Esta medida profiláctica y terapéutica se marca, como fin, acabar con la corrupción. Parece evidente que al poder hay que ponerle fecha de caducidad para evitar la degeneración del gobernante y de su entorno. Pero, como ya se viene comentando, habría que hacer extensiva la medida a toda la pirámide de cargos políticos, desde diputados hasta alcaldes y concejales. Y ver las consecuencias.
¿Hay que limitar el tiempo de gobierno a los cargos políticos? Pienso que el límite debe marcarlo la eficiencia de su gestión. Porque un buen gobernante puede cumplir dos mandatos a los cuarenta años. ¿Prescindimos de él si ha gestionado perfectamente el país, la Comunidad o el pueblo? ¿Los sustitutos están mejor preparados, no se van a rodear de un ejército de asesores, y son inmunes a la corrupción? ¿Acaso no hemos visto alcaldes cuya trayectoria se inició en el franquismo y siguen gestionando los recursos del pueblo con eficiencia y el absoluto apoyo de los vecinos, bajo las siglas de cualquier partido?
Tal vez habría que vigilar mucho más, al igual que en la Universidad, el nepotismo, y exigir preparación y honestidad en el acceso.
Publicado en IDEAL de Granada, el lunes 4 de Septiembre de 2017