Desde hace bastantes años vengo oyendo, en los medios de comunicación, que “el miedo es libre”. Y lo dicen políticos y lo repiten periodistas. Recuerdo que la Ministra de Asuntos Exteriores en la segunda legislatura de Aznar, Ana de Palacio, contestaba a las declaraciones de uno de los militares españoles en Irak, en las que expresaba que no se sentían seguros en las condiciones que había en el país, tras la guerra: “el miedo es libre”.
Unos días después del Accidente de Spanair en Madrid, María José Sastre, en Su programa de Punto Radio, afirmaba también, que “el miedo es libre”, al hablar de determinadas personas que se negaban a volar con esa compañía. Recientemente Rubalcaba pronunciaba la misma frase, y a más de un periodista profesional de las “tertulias” le oímos descolgarse con la misma expresión.
Cuando hablamos de vivencias emocionales, de sentimientos, el concepto de libertad desaparece. El miedo es una vivencia que afecta esencialmente al tema de la conservación del individuo, y surge frente a algo externo que se percibe como amenazador. Ante lo cual tiende a retroceder en forma de huida; o se paraliza sin arriesgarse a dar un paso atrás. Para José Antonio Marina el miedo “tiene una clara función: proteger la vida, evitar el dolor, mantener la autoestima”.
Todos hemos visto a un niño abrazarse a la pierna de su padre cuando un perro se acerca a olerle. Y no vale que el dueño les diga: “tranquilo, no hace nada”. La reacción de sobresalto sigue su proceso, a pesar de que el principio de autoridad del dueño intente promover en el pequeño un acto de fe.
En los pueblos primitivos la naturaleza era generadora de miedos: el mar, el trueno, la noche… Miedos a animales, que han sido tabuizados por la cultura y las religiones: dragones, serpientes… Cada persona, desde su nacimiento, va acumulando experiencias negativas en su relación con el mundo; experiencias que le producen el sentimiento de miedo. Por ello, ante esas realidades, su reacción es de parálisis o de huida. Una vivencia negativa que no le es posible controlar.
¿A una persona que está en el punto de mira de una banda terrorista se le puede decir que, si siente miedo, es porque quiere? ¿Una mujer que ha sido violada en un ascensor o un niño maltratado en el colegio sienten libremente miedo al acercarse al portal de la casa o a las puertas del colegio?
A un militar hay que exigirle valor, arrojo y temeridad en el ejercicio de su profesión. Pero un militar que vive cercado por un peligro permanente, por un enemigo invisible, al que no puede identificar, pero, al que, si lo descubre, Tal vez no puede matar, es imposible pedirle que no sienta miedo.
Los que afirman que “el miedo es libre” tienen un absoluto desconocimiento de este sentimiento y de su función. Y, ciertamente, no han experimentado en sus carnes la ciega caricia de la noche en un descampado, ni sentido tras sí los pasos de un desconocido de vuelta a casa en la madrugada. Tampoco el silbido de las balas, ni el estallido sordo de las bombas.
El miedo, por tanto, no es libre. Siempre que no sea patológico, puede ser un resorte instintivo de seguridad personal, en estos momentos de tanta inseguridad.