Incomunicación

 

Hace una década, los jóvenes que en Andalucía realizaban la prueba de Acceso a la Universidad, en el comentario de Lengua se encontraron con un texto, de Manuel Vicent,  que hoy mantiene plena vigencia. Dos adolescentes, en un bar solitario, mientras degustan unos refrescos, no cesan de comunicarse con el exterior, a través de sus móviles. Incapaces de declararse el amor por medio de la natural vibración del aire, el chico marca en su teléfono un número que suena frente a él. Su amada abre la llamada, y él, desinhibido le declara su amor: “Te amo, te amo”.

Todos los estudiantes de aquella promoción recordarán múltiples anécdotas de la Selectividad. Pero muy pocos conservarán en el archivo de la memoria el inquietante análisis de la comunicación que Vicent efectuaba, una vez más, con el afilado bisturí de su palabra.

Con algunas excepciones, como  vuelos, cines, funciones teatrales…, en los que no se permite la utilización de móviles, constatamos que éstos constituyen un apéndice esencial del cuerpo humano. Apéndice que, vía satélite, comunica con el exterior, con todo el planeta, e incomunica con la proximidad, con  aquellos a los que vemos y tocamos.

Cuando caminamos por la calle oímos constantemente hablar  cerca de nosotros, reír o discutir. Miramos y divisamos a  seres solitarios, ajenos al espacio y al tiempo en el que se mueven: no ven escaparates, ni coches, ni personas, ni semáforos; el tiempo se ha paralizado para ellos. Es decir, que los “a priori” kantianos de la sensibilidad, espacio y tiempo, base del saber, han desaparecido. Estamos abocados, pues, a nuevas hermenéuticas del conocimiento. El “vivo sin vivir en mí” de Santa Teresa, podía traducirse en “estoy sin estar aquí”. Porque frecuentemente “se está sin estar” en el trabajo, en la comida,  en clase, en familia.

Otro ejemplo lamentable del profundo cambio que se ha producido en las comunicaciones interpersonales lo estamos observando tras las elecciones de Diciembre. Nuestros políticos son incapaces de comunicarse a través de la palabra viva y cálida, del diálogo sereno que intercambia valores y propuestas, que acepta errores  y acuerda programas. Los líderes de los partidos se envían mensajes a través de  Twitter, de comunicados a través del atril del Congreso o de entrevistas en programas de radio o televisión. Pedro  dice que le digan a Mariano que con él “no”. Mariano pide a Rafael Hernando que exprese en los medios  que quiere hablar con Pedro. Pablo Manuel se sube al estrado, flanqueado por el grupo de actores que representan  su obra, “La Pasión por el poder”,  y mendiga a Pedro diálogo en torno a una mesa, porque  su “tragedia” admite múltiples versiones: la venezolana, la fracasada griega, la trotskista o una versión transitoria en el proceso a la revolución.   Albert y Girauta, de plató en plató, defienden los acuerdos y proclaman no entender que Pedro se vaya a Bruselas a pedir a Tsipras,  ante los medios de comunicación, que interceda ante Pablo Manuel para que rebaje sus exigencias, porque es muy duro en la negociación.

Afortunadamente las nuevas tecnologías han revolucionado el mundo del saber y de la ciencia. Pero, desgraciadamente, están destruyendo una parte de  la comunicación interpersonal que necesita proximidad, calidez, expresión corporal, mirada clara, para detectar la sinceridad, la verdad del ser y sentir del otro.  Y, en este sentido, nuestros políticos deben estrecharse las manos y reflotar el barco de España,  golpeado por la crisis económica, ética e institucional de los últimos años. Basta ya de interpretaciones, trayendo a Marx a colación en la Tesis sobre Feuerbach, y abordemos, de una vez,  las soluciones.

1 de Abril de 2016

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