La retórica absurda

Hace mucho tiempo que las sesiones de control al Gobierno se han convertido en una antología del insulto. Y, lo que es peor, en la antítesis del parlamentarismo, de la retórica y de la oratoria. En cualquier debate serio, el interpelado responde a las preguntas con sabiduría y elegancia, como dice Cicerón, maestro del oficio. Y rebate con argumentos los hechos o acusaciones del oponente.

            A este fenómeno, que parecía originario del «sanchismo», se le conoce como «whataboutismo» (what about…?, en inglés). Así lo denomina Anne Applebaum, en  “El ocaso de la democracia”. Dice que es «una técnica retórica que antaño hicieron famosa los funcionarios soviéticos y que consiste en responder a cualquier pregunta acusando de hipocresía a quien la formula por ocultar sus propios trapos sucios o los del colectivo al que supuestamente representa». Así lo testifica ella en las respuestas que le da O’Sullivan, antiguo redactor de los discursos de Margaret Thatcher y defensor de Orban, en una entrevista que le concedió.

            No hay que tener un doctorado, ni un máster (títulos muy devaluados actualmente, y al alcance de cualquiera) para reconocer que el nivel de nuestros representantes políticos puede reflejar el viejo dicho de que «han pasado por la Universidad, pero la Universidad no ha pasado por ellos» (y algunos no han superado  el nivel para acercarse a sus puertas). Pero ahí están con su cara de “cemento armado”. Porque la democracia no pide nivel intelectual, ni ético, sino afiliación, fidelidad y “resistencia”… A preguntas,  formuladas con una semana de antelación,  (no) se responde en un texto leído, y fragmentado. Tras la réplica preceptiva, se prosigue la lectura del texto inacabado. Y nos quedamos esperando la respuesta. Verbigracia:  si preguntan al Presidente quién ha pagado los 60.000 € que ha dejado de percibir el hotel donde se alojó la familia Sánchez-Gómez durante los cinco días vacaciones en Benasque, contesta que Mazón presente la factura de 180 euros de la comida la tarde de la DANA, para saber qué manjares y bebidas provocaron del desbordamiento del barranco del Poyo y a cargo de qué Institución. Pero el ejemplo más lúcido y esclarecedor se lo escuché a una de las diputadas más brillantes del hemiciclo, cuya luz no soportan ni sus compañeros de partido, porque los deslumbra, Cayetana Álvarez de Toledo: «A esta gente les preguntas qué hora es y te responde que la fachosfera no para de crear fango, cuando la economía va como un tiro».

            Vivimos el período más oscurantista de la política española, que está monopolizada por un autocratismo, que no sólo se apropia de nuestras vidas y haciendas, como D. Ávaro, en  El alcalde de Zalamea, sino que dispone de los recursos para desposeernos del honor, “patrimonio del alma…”

            ¿Qué sería de nuestros parlamentarios, si se prohibiera introducir en la Cámara móviles, tabletas…? ¿Si no pudieran recibir información externa de los asesores durante las sesiones…? Descubriríamos, con Andersen, la verdad: «nuestros reyes están desnudos».

Publicado en IDEAL de Granada el martes7 de enero de 2023

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