Como escribió Tocqueville, las costumbres forman el único poder resistente y duradero del pueblo. La normativa religiosa o civil, cuando se interioriza y automatiza, origina parte de estas costumbres (mores), teñidas, a veces, de las connotaciones éticas. Pero la mayoría procede de la imitación de «modelos» que se han ido asentando en la masa social.
Dentro de este marco podemos encuadrar la Navidad. Un hecho histórico, cuya conmemoración religiosa, el 25 de diciembre, ha sido vaciada de contenido por una secularización cada vez más amplia. La luz que el Salvador trae a un mundo en tinieblas, se transforma en energía eléctrica que ilumina calles, edificios y casas. La «misa del gallo», así llamada metafóricamente, ha dado paso a la «cena del pavo», en la que la familia, unida puntualmente por la tradición, saborea los mejores manjares del mar y de la tierra que el mercado pone a su disposición. Los regalos de «oro, incienso y mirra», símbolos de realeza, divinidad y humanidad, que, según los Evangelios, los reyes de Oriente ofrecieron al recién nacido, Jesús, crearon el «hábito» de hacer regalos a los niños, bajo la figura de Papá Noel, en la cultura protestante, o de los Reyes Magos, en la católica. Costumbre que ha ido extendiendo su radio de acción a todos los componentes de las familias y a las empresas con sus empleados.
Aunque hace tiempo que determinadas corrientes de pensamiento luchan por la retirada de belenes y simbología religiosa en colegios y edificios públicos, «para no herir la sensibilidad de los no creyentes», en el fondo de la vida social, de las comidas, de los regalos, de la música de estas fechas sigue latiendo la Navidad, el nacimiento de Jesús.
No han triunfado tampoco las representaciones groseras e insultantes de belenes, con los que determinados políticos han pretendido zaherir los sentimientos de la mayor parte de los ciudadanos que los sostienen en el poder. Aunque se pretenda vaciar de contenido, desplazar esta realidad de su marco, como acaba de hacer el Rector de UCM, Joaquín Goyache, no se va a conseguir. «El fin del otoño abre paso al nuevo año con deseos de paz, renovación y prosperidad» es el texto con el que se dirige a su comunidad educativa. Una hoja sin clorofila y un fondo gris connotan la pobreza de ideas, que ya está de sobra comentada en las redes y en los medios. Yo sólo diré que el Sr. Goyache transmite, a quien se dirija, lo que el otoño les desea, con una figura literaria: la personificación del otoño. Él, en el texto, queda excluido. Pero, por el contexto y la pragmática, sabemos que en el mensaje flota en el aroma navideño, que ignora, omitiendo, incluso, los vocablos «fiestas» o «solsticio», bandera de la cultura laica.
Las imitaciones de los modelos colectivos no las imponen políticos, intelectuales o demagogos, sino, como escribe Javier Gomá, «emergen de la sociedad sin intermediarios y permanecen vivas por consentimiento de la generalidad, tácito, pero real y efectivo». Como la NAVIDAD.
Publicado en IDEAL de Granada el martes 26 de diciembre de 2023