La oratoria es “el arte de la palabra”, el saber hacer uso de ella en distintos momentos y situaciones. En la sociedad romana, el orador es Vir bonus dicendi peritus (hombre bueno, dominador del discurso). Enlaza dos criterios: el “literario” y el “ético”. El orador debe ser un hombre de extensa cultura, como piden Cicerón y Quintiliano, sobre todo, cuando se enfrenta a un debate político o defiende a un cliente ante un magistrado.
Si nos detenemos en los debates, una de las partes del discurso es la «argumentación», que consta de dos partes: «probatio», donde se exponen los argumentos en defensa de las propias ideas o tesis. Y «refutatio», en la que se desmontan las tesis de la parte contraria, con argumentos, datos, ironía… En esto Albert Rivera era un maestro.
Si analizamos con serenidad la oratoria de estos últimos años en España, observamos que ha sufrido una degradación impresionante. Buena parte de los políticos carece de la formación, de la cultura que requiere el cargo que desempeña. De ahí que se limiten, en el Parlamento, en los debates o en los mítines, a la lectura de escritos que les preparan sus asesores, en los que se enmascara la realidad con medias verdades, cuando no con mentiras.
El Presidente del Gobierno tiene, para muchos analistas, dotes de gran orador. Pero, si seguimos su trayectoria parlamentaria, se pone de manifiesto que se limita a exposiciones extensas que le han escrito expertos, ya que su acervo cultural es bastante limitado. En lo ético, me reservo la valoración, pero Rosa Díez, en «Caudillo Sánchez», derrama toda su acritud sobre la persona, con los tres ingredientes del mal carácter, que toma de Frieder Wolfsberger: narcisismo, psicopatía y maquiavelismo. El documental «El Autócrata», de Carlos Hernando, también nos abre las puertas del alma del Presidente.
Pero, volviendo a las dos partes de la argumentación, Sánchez, casi nunca ha ofrecido argumentos convincentes, probatorios, de sus decisiones políticas: pactos con independentistas, idultos a presos, política con Marruecos… Y nunca ha sabido «refutar» las tesis de los adversarios debatiendo en el Congreso o Senado. Se ha limitado a insultar al interlocutor o a su partido, o se ha ido «por los cerros de Úbeda». Igual que en las entrevistas.
En el último debate con Feijoo, quien tampoco mostró grandes cosas como orador, se limitó a interrumpir con «mentira, mentira, mentira…». Si no escuchas, no puedes rebatir. El mismo impuesto de las autovías, propuesto a Europa, no nos viene determinado, sino que, según algunos expertos, es una de las vías de recaudación que exige Bruselas, pero que puede ser sustituida por otras. Con esta simple argumentación se refutaba a Feijoo.
Volviendo a Roma, un buen orador necesita cultura y ética. Ojalá nuestros próximos gobernantes gocen de ellas.
Publicado en IDEAL de Granada el miércoles 19 de julio de 2023