Después del Concilio Vaticano II, Pablo VI crea en 1967 la organización católica internacional «Justicia y Paz». Esta organización tiene como idea matriz que la paz se construye sobre los pilares de la justicia. De ahí el lema: «Si quieres la Paz, trabaja por la Justicia». La labor de concienciación que este movimiento ha llevado a cabo durante los más de cincuenta años de existencia es loable. Pero la paz no se alcanza. ¿Porque no se consigue la justicia? ¿O, como dice Heráclito, porque la «guerra es el principio de todas las cosas»? Para él, el progreso tiene su origen en la lucha de contrarios. Y parece que es así, porque la historia de la humanidad se escribe con sangre de guerra, con vencidos y vencedores. No hay más que mirar las masacres y genocidios del siglo pasado o las que se están produciendo ahora en Gaza y en Ucrania.
La lectura de “La guerra infinita”, de Adolf Tobeña y Jorge Carrasco, quiebra en nosotros cualquier expectativa de paz duradera. Y creo que dan una respuesta al origen de las guerras y a la reiteración de las mismas. Tienen “raíces neuropsicológicas, biológicas y conductuales”, que afectan tanto al individuo como al grupo y a la colectividad. Raíces que generan el odio como «sentimiento intenso y duradero de aversión hacia alguien o hacia algún colectivo o doctrina que se percibe como una amenaza o un estorbo». Sentimiento que se libera con el «placer de la venganza reparadora». Y aquí nos viene a la mente la reiterada e inagotable violencia de género, ETA, el terrorismo yihadista, las bandas latinas…
Como arietes morales de la combatividad letal colocan a la Patria, a Dios y a los distintos idearios: comunismo, nazismo, nacionalismo…, que crean un «nosotros» frente a los «otros». Las distintas religiones han sido una fuente de cohesión que ha impulsado múltiples guerras en defensa de sus principios y en la lucha por eliminar a los contrarios. Baste con recordar el Antiguo Testamento, las Cruzadas, las luchas protestantes, la expansión del islam… Y no digamos los idearios comunistas con los gulags soviéticos, el Holodomor ucraniano de los años 30 o la Revolución Cultural China. El nazismo, de cuyo holocausto todavía vemos los rescoldos, aparece a diario como amenaza real o imaginaria en muchos países europeos. Lo grave es cuando el odio lo segregan líderes como Putin y Netanyahu, cohesionando a un pueblo para la aniquilación del adversario y parte de sus propios combatientes, sin que ellos corran peligro alguno. Y si a sus desequilibrios psíquicos contribuye un componente neurohormonal, ¿quién les aplica un tratamiento?
Para Tobeña y Carrasco, sólo a través de los «paraguas morales», pactos de colaboración y de no agresión entre contrarios, como la CEE y la OTAN…, puede lograrse superar temporalmente el tribalismo, el sentimiento bélico y letal que anida en el ADN del ser humano y de los grupos sociales.
Publicado en IDEAL de Granada el martes día 16 de abril de 2024