Hubo un tiempo en que, durante los meses de julio y agosto, las calles de nuestros pueblos y ciudades se poblaban, cada mañana, de adolescentes adormilados, cargados de libros, en dirección a las academias o casas de profesores, para preparar las asignaturas pendientes. Se cruzaban con los repartidores de alimentación, empleados de la limpieza y otros trabajadores que no disfrutaban de las vacaciones. Esta estampa ha ido paulatinamente desapareciendo del período estival, gracias a una legislación que pretende evitar la discriminación entre estudiantes buenos y regulares en el goce del verano.
Nuccio Ordini, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades (2023), recientemente fallecido, reflexionaba ya en 2012, en su libro «La utilidad de lo inútil», acerca de lo que iba a venir en la educación: «Casi todos los países europeos parecen orientarse hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad, en un intento (ilusorio)de resolver el problema de los que pierden el curso. (…). Una aspiración noble y legítima si a los legisladores, además de la quantitas, les interesara también la qualitas». Este problema lo hace extensivo a la enseñanza universitaria: «Las universidades, por desgracia, venden diplomas y grados». Piensa que a los gobiernos les interesa que salgan titulados todos los que se matricularon tres años antes.
Compartiendo el análisis del humanista italiano, pues defiende la calidad de la educación en todos sus niveles, frente a la degradación a la que se está viendo arrastrada, hay que decir que nuestra última Ley de Educación, la LOMLOE, bajo una óptica de izquierdas, pretende la titulación de todos los alumnos, sin repetir curso ni exámenes extraordinarios en septiembre, porque los ricos son los que pueden costearse academias e internados en verano, mientras los desfavorecidos económicamente se ven perjudicados, al no tener recursos para financiar la recuperación. Craso error. Ante la falta de exigencia en la formación oficial, son los hijos de familias humildes los más afectados. Los que disponen de recursos económicos viajarán al extranjero a perfeccionar idiomas durante el verano, o cursarán los estudios en colegios alemanes, ingleses, franceses…, afincados en nuestras ciudades, donde los niveles formativos son superiores. ¿Quiénes llenan estos centros? Los hijos de deportistas, de empresarios, de parte de nuestros políticos…
Unas largas vacaciones degradan más al menos formado que al que tiene preparación o recursos para subsanar las deficiencias del sistema. Y de las carencias intelectuales del ciudadano siempre se beneficia el «poder». He oído estos días a personas formadas y a escritores que coinciden con Víctor Hugo en que «la ignorancia es el gran peligro de la situación actual». Aún más que la miseria, de la que sacan rendimiento los «benefactores».
Publicado en IDEAL de Granada el lunes 7 de agosto de 2023