Libertad de cátedra

La publicación de los primeros libros de texto, conforme a los currículos de la LOMLOE, comienza a remover los ánimos de determinados sectores de la sociedad, y Ayuso va a recurrir el de Bachillerato ante el Supremo. Dicen que la «ideología» aflora por doquier: que los españoles «expulsamos» a los árabes de un territorio que habitaron durante ocho siglos. Que los viajes de estudios habrá que organizarlos a Hispanoamérica, para que nuestros jóvenes pidan, de rodillas, perdón a los indígenas, porque sus antepasados (no los nuestros) suplantaron las culturas propias por la civilización europea… Que hay que pedirles perdón por haberles «impuesto» la lengua castellana, para que todos podamos entendernos en el mismo idioma.

Yo pienso que esta Ley de Educación, como todas las anteriores, no va a cumplir los objetivos que sus ideólogos pretenden, excepto la degradación de la calidad.  Primero, porque las diferentes comunidades con lenguas propias, o con gobiernos «no progresistas», intentarán, unos, paliar los aspectos más lesivos para sus intereses territoriales o para preservar la sensatez, otros. Pero, sobre todo, por la libertad de cátedra. Esta libertad no siempre ha sido bien entendida. Recuerdo a profesores que, bajo el paraguas de la libertad, impartían el programa que les daba la gana, con la garantía de calificaciones generosas.  Pero la libertad de cátedra no es otra cosa que la interpretación razonada que hace el profesor, en clase, de los hechos históricos, de las distintas corrientes filosóficas, de las obras literarias…, con independencia de lo que digan los libros de texto.

¿Todos los profesores de Historia van a aceptar que la conquista de América fue un genocidio? Los libros pueden decir lo que quieran, porque mientras el docente sea decente y psicológicamente equilibrado sabrá «separar el trigo de la paja». Cuando un profesor de filosofía o de ética expone los diferentes sistemas o valores,  es obligado que resalte la influencia que tuvieron en la sociedad, y exponga lo que sigue vigente de cada uno. Y quien habla del Lazarillo, podrá contradecir a los libros de texto clásicos, y explicarles a los alumnos que el anónimo autor «no presenta a un chico ladrón, hijo de ladrón, casado con una señora de sospechosa moralidad…», sino a una Iglesia corrupta en su clero; a una sociedad con una nobleza miserable, falsa e improductiva, y a unos mendicantes que viven de la caridad y maltratan a sus «lazarillos». Que la Reforma protestante, en cuya matriz ideológica renacentista se escribe el libro, superó a la Contrarreforma católica en la modernización de la sociedad y en la nueva espiritualidad cristiana. Los profesores de matemáticas no van a teñir con perspectiva de género a ninguno de los cuatro métodos para resolver los sistemas de ecuaciones o al algoritmo que hay que utilizar para hallar el mínimo común múltiplo de varios números. La lógica que rige la materia es refractaria a cualquier tipo de ideología.

Nos queda la esperanza de que algún día se haga una Ley de Educación pactada y duradera, conforme al anuncio del banco en Roland Garros: «for a changing world».           

Publicado en IDEAL de Granada el viernes 17 de junio de 2022

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