Malcolm Gladwell, en «Hablar con extraños», escribe: «Lean la historia y aprenderán que la guerra es imparable. Así es la vida». La gente nunca dejará de matarse, a pesar de todos los buenismos y de los “NO A LA GUERRA”, de quienes no rezuman en sus actitudes y comportamientos precisamente el espíritu de Gandhi.
Todos libramos una guerra interna, con nosotros mismos; una lucha con las adversidades, con la enfermedad, con nuestras frustraciones, en las relaciones sociales… Vivimos en permanente confrontación política, en la que se insulta, se denigra al adversario en los Parlamentos y en las redes sociales, simple y llanamente por la ostentación del poder, que asegura la riqueza y el bienestar, presente y futuro, de los parlamentarios: la política es guerra. La guerra comercial es, también, encarnizada… En las primeras interpretaciones mitológicas y religiosas del mundo aparece la guerra, la violencia, inherentes a la naturaleza humana. Baste recordar las batallas de los dioses en el Olimpo, los males que escaparon de la caja de Pandora (hambre, enfermedades, fatigas, vejez, muerte), mitigadas por la «esperanza», que traerá al ser humano algunas alegrías en la lucha sin cuartel que mantiene contra ellas. Si nos vamos a la Biblia, desde Caín hasta nuestros días, el pueblo de Israel ha vivido en guerra permanente en la conquista de la «Tierra prometida». Una mirada al cristianismo nos confirma el talante beligerante del ser humano: Cruzadas, guerras de religión, de evangelización… Cismas… ¿Cómo se fraguan, por otra parte, las naciones? ¿Cómo surge y cómo se desmorona la Unión Soviética? Cuando se recuerda la historia de los pueblos, se relatan con orgullo las batallas ganadas y las derrotas infringidas al enemigo. Por lo que, en parte, tenía razón Heráclito (que no era feminista) al decir que «la guerra es el padre de todas las cosas». Si han de nacer las cosas, es menester sacudir constantemente la mezcla de contrarios, según el filósofo.
Con todo, la civilización ha optado por el diálogo y el “pacto social” para evitar la destrucción y la muerte, según el pensamiento de Roussau. No siempre con éxito. Baste recordar los frustrados encuentros de Neville Chamberlain con Hitler, haciendo creer a los ingleses que iba a detener la Segunda Guerra Mundial. Los pensamientos del Kaiser, sin embargo, eran inescrutables. Tal vez Sánchez, desde su despacho, haya convencido a Putin de los beneficios de la paz en la nueva encrucijada ucraniana en la que se encuentra Occidente. Habrá aprendido de la ingenuidad de Chamberlain, y descubierto que las intenciones del ruso son aviesas, como las de Adolf. Por si acaso, ya ha enviado testimonialmente la fragata “Blas de Lezo” y al buque “Meteoro” al Mar Negro. Si vis pasen para bellum.
Publicado en IDEAL de Granada el lunes 7 de febrero de 2022