La pandemia de la Covid-19 ha puesto al descubierto la soledad en que viven nuestros mayores. Una generación que ha trabajado hasta la extenuación para mejorar su situación económica y cultural, y entregar ese legado a los hijos, contempla el rechazo de sus vástagos a recibir el «testigo» de los padres. Observamos una huida del entorno familiar, al que consideran desfasado y arcaico. Y, sobre todo, pocos hijos quieren responsabilizarse de los progenitores. Se les arroja a las «residencias», sea con recursos propios o con subvenciones públicas.
Este es el tema central que Jesús Carrasco desarrolla en su novela, «Llévame a casa», publicada hace un mes. Encontramos una exposición meridiana de la dolorosa fractura generacional, ejemplarizada en la familia Álvarez. Isabel y Juan, tras realizar estudios universitarios, quieren sacudirse la pesada carga de la madre, una en Barcelona y en Edimburgo el otro. La muerte y el entierro del padre desencadena el drama, al recibir en herencia una anciana con alzhéimer y un patrimonio, en un pueblo toledano, que no les apetece gestionar.
Muchas familias se encuentran zarandeadas, y hasta rotas, por esta nueva situación que vive la sociedad. Esta generación que se nos escapa por el sumidero de la muerte piensa como Isabel, la madre en la novela: «que el deber de los hijos es hacerse cargo de los padres, incluso renunciando a su propia vida, como hicieron ellos con los suyos».
El entorno de muchos padres no ofrece hoy garantías laborales y económicas para la descendencia. Lo que obliga a buscarlas en otro lugar del país o en el extranjero. Las viviendas tampoco reúnen las condiciones necesarias para dar acogida a personas dependientes, con los cuidados y atenciones exigibles. Por lo que descargamos esos servicios en las «residencias», con el pretexto de que allí encuentran vigilancia médica permanente, psicólogo, dieta ajustada a su debilitada salud, fisioterapeuta, compañeros de su edad para juegos de mesa…
Pero la distancia y la soledad rompe el alma de los mayores, reviviendo permanentemente su pasado, porque el presente se disuelve en la liquidez de sus memorias. Quieren ver o sentir, junto a ellos, a sus hijos y nietos para darles el último adiós. Aún recuerdo a mi madre que, tras un día de sedación en el hospital, abrió los ojos en la penumbra de la noche, antes del último suspiro. No sé si para despedirse o para constatar que estábamos todos a su lado. Porque no quería emprender sola ese viaje hacia lo ignoto.
Publicado en IDEAL DE GRANADA el día 21 de marzo de 2021