Echando una mirada al pasado, las grandes pandemias tienen muchos puntos en común con la que nos está afectando en nuestros días. La Peste negra de 1348, por ejemplo, con numerosos rebrotes, provocó que los magistrados de las ciudades y los oficiales del rey lanzaran las voces de alarma; las prohibiciones de dirigirse a esta o aquella ciudad y bruscas interrupciones de importantes transacciones mercantiles. La epidemia afectó gravemente a la economía, la vida política, la seguridad y la existencia íntima de los habitantes, sus creencias y reacciones afectivas, según puede leerse en historiadores como Huizinga, Heers, Pirenne o Suárez Fernández.
El pánico causado por la fragilidad de la vida humana provocó reflexiones profundas sobre el sentido de la misma y acerca de la muerte. Reflexiones que, dentro de una visión teocéntrica del mundo, quedaron plasmada en el arte, bajo la denominación de «Danzas de la muerte». Frescos en las iglesias, esculturas, representaciones teatrales o elegías como la de Manrique ponen de relieve la igualdad de las clases sociales y la fugacidad de los bienes terrenales.
Tras la pandemia de 1918, Peste española, y las dos Guerras Mundiales, se genera también una corriente extraordinaria de pensamiento, plasmado en la filosofía y en la literatura: el existencialismo. Sartre, Heidegger, Gabriel Marcel, Kafka, Camus… cuestionan el sentido de la existencia humana, el valor de la vida y concluyen que el hombre es «un-ser-para-la-muerte» (Heidegger). El panorama sombrío crea un clima de angustia y desolación.
Pero el Covid-19 no ha motivado, todavía, el replanteamiento de las grandes cuestiones que nos afectan: ¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Aceptamos que somos contingentes? ¿Por qué…? ¿Por qué…? La Iglesia, para quien la muerte es el tránsito a la «vida eterna», ha estado al lado de los pacientes, pero no ha hablado de la epifanía que aguarda al creyente tras la vida terrenal. El Gobierno, por su parte, ha tratado de ocultar la tragedia con un velo festivo de colores y de convertir la elegía en folclore de balcones, con adaptaciones musicales de artistas confinados y aplausos al sol poniente.
Pero la larga lista de muertes de personas anónimas y conocidas, de empresarios, artistas, escritores, deportistas, sanitarios…, merece una reflexión sobre la vida y la muerte, que no tiene cabida en un simple sainete.
Publicado en IDEAL de Granada el día 5 de Julio de 2020