LA ETICIDAD COMO ESTRUCTURA PERSONAL EN LA OBRA DE KANT
BIBLIOGRAFÍA
- KANT, M., Crítica de la razón práctica. Buenos Aires, 1961.
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres. Madrid, 1881.
- HIRSCHBERGER, J., Historia de la filosofía, II, Barcelona 1962, págs. 133-193
- LECLERCQ, J., Las grandes líneas de la Filosofía Moral, Madrid, 1960, 2ª Ed., págs. 129-142.
- MARITAIN, J., Filosofía moral. Madrid, 1962, págs. 131-163.
- LE SENNE, R., Traté de morale générale. Paris, 1949, págs. 232-256.
NOTA BIOGRÁFICA
Manuel Kant nace y muere (1724-1804) en Königsberg, ciudad de Prusia oriental. Hombre austero, educado en un ambiente protestante y pietista. Hombre de talla mínima, pero de una «cabeza» colosal. Nunca salió de su ciudad natal, y tenía, sin embargo, un conocimiento perfecto de la geografía del Universo.
La característica principal de Kant es su espíritu revolucionario, inversor. «Kant pertenece al pequeño grupo de grandes representantes de la herencia cultural occidental. Introduce un cambio fundamental de método, una óptica nueva dentro de un contexto cultural antiguo. Además de significar Kant la reinterpretación total de lo antiguo, implica el hecho de lo nuevo, marcado profundamente por su hipótesis de lo incondicionado» (Julio de la Torre).
El objetivo de Kant consiste en establecer, para cada una de las tres facultades, condiciones de posibilidad del uso verdadero de ellas. Y ese uso lo define como «uso transcendental». Uso anterior a toda adquisición empírica.
La filosofía de Kant se desarrolla en dos tiempos, expresados en tres cuestiones: a) ¿Qué podemos hacer? Kant responde a esta pregunta con la Crítica de la razón pura. b) ¿Qué debemos hacer? ¿Qué podemos esperar? A estas dos preguntas responde con la Crítica de la razón práctica.
A estas obras podemos añadir, como más importantes, Crítica del juicio y Fundamento de una metafísica de las costumbres.
LA ÉTICA EN KANT
Acaso pueda decirse que los mayores méritos de Kant están en el terreno de la ética. Su Filosofía Moral significó un dique puesto al utilitarismo y eudemonismo de los ingleses, que llegaron a bastardear no sólo el bien moral, sino que convirtieron la ética en pura sociología. «Fue Kant quien frente a este movimiento desintegrador salvó la pureza y absolutez de lo moral» (1). Lo mismo que en el plano del conocimiento, también en moral realizó la revolución «copernicana», cambiando la moral del bien y de la felicidad en moral del deber.
1.- Ética del deber
Para Kant, ni fuera ni dentro del mundo podemos encontrar «más que una sola cosa que sin restricción se pueda tener por buena, y esta es una buena voluntad» (2). Todas las demás virtudes o valores –como la honradez, la moderación, la continencia, la paciencia…–, que parecen constituir un valor intrínseco de la persona, distan mucho de serlo; o, mejor, no lo son en absoluto. Y, sin la buena voluntad, hasta pueden convertirse en malas.
La buena voluntad no toma su bondad de sus defectos, ni de su aptitud para alcanzar tal o cual fin, sino únicamente de sí misma, del querer. La buena voluntad consiste en querer lo que se debe. «Puede no ser, sin duda alguna, esta buena voluntad el solo bien, el bien total; pro debe ser mirado como el bien supremo y la condición a la cual debe subordinarse todo otro bien, todo deseo, hasta el de la felicidad» (3).
La buena voluntad se enlaza, pues, con el sentido del deber. Una acción llevada a cabo por deber no deduce su valor moral del fin que debe realizar, sino de la máxima que la determina, y, por consiguiente, este valor no depende del objeto de la acción, sino del principio por el que la voluntad se resuelve a la acción, haciendo abstracción de todos los objetos de la voluntad de desear.
El deber es una evidencia. Pero ¿qué es el deber? «El deber es la necesidad de verificar una acción por respeto a la ley» (4). Para Kant, sólo hay moralidad en los actos que se realizan por deber. «Si una acción verificada por deber excluye necesariamente la influencia toda de las inclinaciones, y por esto mismo todo objeto de la voluntad, no queda nada que la determine, sino objetivamente la ley, y subjetivamente el puro respeto a esta ley práctica, y, por consiguiente, esta máxima: es preciso obedecer esta ley aun en perjuicio de todas las inclinaciones» (5).
Esta ley fundamental que determina la voluntad es la siguiente: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal» (6).
A esta ley es a la que llama «imperativo categórico». Y lo distingue del «imperativo hipotético». El primero es absoluto: «no matarás», «no robarás». El segundo es condicional: «Si quieres ser feliz, vive austeramente».
El imperativo de la moral debe ser el imperativo categórico. Y lo distingue del imperativo hipotético, porque su valor se deriva de un objeto al que tiende como fin. Un imperativo hipotético no se impone más que si depende, al mismo tiempo, de un imperativo categórico. «La consideración del deber y la ley moral, cuando es pura y libre de todo elemento extraño, es decir, de todo atractivo sensible, tiene sobre el corazón humano, por la sola virtud de la razón (la cual, desde luego, reconoce que puede ser práctica por sí misma), una influencia muy superior a la de todos los demás móviles que pueden hallarse en el campo de la experiencia; porque la conciencia de la dignidad de la razón nos inspira al menosprecio de todos estos móviles y prepara así poco a poco su denominación» (7).
Todos los conceptos morales son completamente a priori, y tienen su fuente y asiento en la razón; y en la razón más vulgar, lo mismo que en la razón más ejercitada por la especulación. Estos conceptos no pueden ser extraídos de ningún conocimiento empírico, ni contingente. L pureza de su origen es lo que les permite servirnos de principios prácticos supremos.
Una ética del deber, constituida por una voluntad que se da a sí misma la ley, carece de todo interés. Los móviles particulares e interesados no pueden dar una ley universal, necesaria y obligatoria, como es el principio categórico.
2.- Ética formal
El «tú debes» kantiano carece de contenido. Este es el carácter mismo de su ser empírico, absoluto e incondicionado. «No manifiesta más que el imperio de la razón pura sobre nosotros, sin la menor referencia a la bondad intrínseca, el bien como valor del objeto de los actos humanos, ni tampoco a ninguna ley exterior al agente moral como tal, ley natural o ley de Dios. El bien como fin y el bien como valor objetivo han sido excluidos de la motivación del acto moral. El valor del acto moral no consiste en la bondad de su contenido, sino en su conformidad a la universidad formal del “tú debes”, puro y primordial, originalmente vacío de todo contenido» (8).
El formalismo de la ética kantiana es el resultado de la separación entre voluntad y naturaleza, entre mundo sensible y mundo inteligible. Ningún principio sacado de la experiencia sensible puede servirnos de determinante de la moral. «Es preciso buscar a prori la posibilidad de que un imperativo categórico, puesto que no tenemos la ventaja de poder hallar la realidad en la experiencia, ni de poder explicar esta posibilidad sin necesitar antes establecerla» (9). Sólo el imperativo categórico se presenta como ley práctica. Los demás pueden llamarse principios de la voluntad, pues sólo son necesarios si se desea conseguir un fin arbitrario. «El acto material está siempre condicionado a condiciones hipotéticas, es decir, no necesarias; es siempre particular por la naturaleza misma del objeto material. Sólo el imperativo formal puede tener el carácter de necesidad y de universalidad que exige la ley racional.
El deber es, pues, una forma pura, y el valor moral de los actos resulta de la aplicación de esta forma» (10). Un acto que sea conforme a la moral, si no se ha realizado por deber, no tiene para Kant ningún valor ético. Lo que constituye el valor moral del acto es la adecuación de su máxima a la exigencia de universalidad de la norma moral, que es totalmente formal.
Queda, por tanto, rechazado del mundo de la ética el «bien en sí» y el valor, para construir una ética puramente normativa a priori. «Sólo una ley formal, es decir, una ley que no presenta como condición suprema de la máxima más que la forma de su legislación universal, puede ser a priori un motivo determinante de la razón práctica» (11).
3.- Ética autónoma
La autonomía de la voluntad es el único principio de todas las leyes morales y de todos los deberes que les convienen; por el contrario, toda heteronomía del albedrío no sólo no funda obligación alguna, sino que más bien es contraria a su principio y a la moralidad de la voluntad. En efecto, el único principio de la moralidad es la independencia respecto a toda materia de la ley (o sea, de un objeto deseado) y, no obstante, al mismo tiempo, en la determinación del albedrío por la sola forma legislativa universal de que debe ser capaz una máxima. Por consiguiente, la ley moral no expresa sino la autonomía de la razón práctica pura.
«Siempre que la voluntad busca la ley que debe determinarla fuera de las máximas, para poner una legislación que le sea propia, y que sea también, al mismo tiempo, universal; siempre que, por consiguiente, saliendo de sí misma busca esta ley en la naturaleza de alguno de sus objetos, hay heteronomía» (12). Y en este caso no es la voluntad la que se da la ley, sino que se la da el objeto por su relación con ella. Y entonces no existiría moralidad.
Kant rechaza cualquier móvil determinante de la voluntad que no sea la razón pura. Ni el interés, ni el sentimiento, ni el amor a sí mismo, al prójimo o a Dios constituyen valores éticos. Es la voluntad la que se da a sí misma la lay moral. «Lo esencial de todo valor moral de las acciones depende de que la ley moral determine directamente la voluntad. Si la determinación de la voluntad se opera de acuerdo con la ley moral, pero sólo por medio de un sentimiento, de cualquier clase que sea, que deba presuponerse para que aquella llegue a ser motivo determinante suficiente de la voluntad y, en consecuencia, no por amor a la ley, la acción tendrá legalidad, mas no moralidad» (13).
En otro lugar dirá que «lo único que se puede establecer por un simple análisis de los conceptos de moralidad, es que el único principio de la moralidad es el de la autonomía» (14).
Sólo se admite un sentimiento. Sentimiento que no tiene su origen en el mundo sensible, sino en la esfera del espíritu: el respeto a la ley. «El respeto por la ley es, pues, el único y, al mismo tiempo, indudable móvil moral, así como este sentimiento no se dirige a un objeto de otro modo que solamente por este motivo» (15).
Si Kant ha montado todo este armazón, concediendo plena autonomía a la persona y rescatándola del mundo de lo heterónomo, no es sino por la alta estima que tiene a todo ser racional. En efecto, la persona es el único ser que nunca puede ser tratado como medio, ni siquiera por Dios. La persona es un fin en sí, y como tal debe ser tratado. «Todos los seres racionales están sometidos a esta ley, de no tratarse nunca a sí mismos, unos a otros, como a simples medios, sino respetarse siempre como fines en sí» (16).
De aquí surge un reino de los fines, que no es otra cosa que ese reino ideal de los hombres, enlazados por leyes objetivas, en relación recíproca de fines y medios. «La moralidad consiste, pues, en la relación con la legislación que puede solamente hacer un reino de los fines. La humanidad es un sí en sí, al que están subordinados todos los fines subjetivos» (17).
Esto nos lleva a la segunda máxima: «obra de tal modo que trates siempre a la humanidad, ya en tu persona, ya en la de los demás, como un fin, y nunca te sirvas de ella como de un medio».
Ya hemos dicho que a la persona no le viene impuesta la ley desde fuera; que es ella misma la que se da la norma. Pues bien, he aquí el tercer principio práctico de la voluntad: «la idea de la voluntad en todo ser racional como legisladora universal» (18). No debe ser considerada simplemente como sometida a una ley, sino como dándose a sí misma, y sometiéndose a ella sólo con este título (de poder ser considerada como autora).
4.- Conclusión
A lo largo de la Crítica de la razón pura y de Fundamento de una metafísica de las costumbres, se ve claramentecómo la eticidad no sólo pertenece a la estructura de la persona, sino que es su estructura fundamental. Pues sólo hay un comportamiento verdaderamente humano cuando se obra bajo el dictamen del imperativo categórico. El hombre, como ser ético, constituye un valor absoluto: «El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, y no simplemente como medio para el uso arbitrario de tal o cual voluntad, y en todas sus acciones, ora se refieran a sí mismo, ora a los demás seres racionales, debe ser considerado siempre como fin» (19).
Como sustitutivo de la voluntad, cuya mayor dignidad consiste en darse leyes a sí mismo, encontramos también la libertad. La libertad es la propiedad que tiene la voluntad para no dejarse influir por causas extrañas. La libertad quiere lo que debe. No debe estar exenta de toda ley, aunque sus leyes no sean las de la naturaleza; por el contrario, debe ser una causalidad que obra por leyes inmutables, pero de una especie particular. «De modo que son una y misma cosa la voluntad sometida a las leyes y la voluntad libre» (20).
De esta suerte, «voluntad-razón práctica-libertad» forman un todo compacto en ese reino de los fines que impone la ley del comportamiento. Ley que es universal y que vale para todos los hombres y para todos los tiempos.
Así pues, las principales potencias del ser racional tienen como fin primordial, en la persona, la eticidad. Y es más, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios sólo se nos mostrarán como postulados de la Razón práctica.
5.- Juicio valorativo
1) La ética kantiana es un sistema perfecto contra todo relativismo subjetivista y edonista.
2) Ha realizado en gran descubrimiento de la persona como fin, como valor absoluto.
3) Kant dio un paso decisivo hacia la secularización de la moral, meta a la que vamos caminando a pasos agigantados, aunque no sea por el camino del deber y del voluntarismo. Pero sí tiene de base la autonomía de la persona y su dignidad, su valor absoluto.
Sin embargo:
- Niega la ética de situación, al tener que ajustarse todos los hombres al imperativo categórico expresado en la máxima universal. Resulta así una ética formalista, desprovista de la riqueza y valor de la singularidad.
- Para la ética cristiana actual Dios no es incompatible, como valor, dentro de una ética autónoma o secularizada. Es quien mayor garantía puede dar a un proceso de secularización.
- Con Le Senne (o. cit., pág. 225) añadimos:
.- Ha desfigurado la conciencia religiosa, reduciéndola a conciencia práctica.
.- Privilegia excesivamente la voluntad en detrimento de otras potencias del espíritu.
.- No cuenta con el paso a la acción con las demás potencias del espíritu que podrían enriquecer el imperativo del deber. Olvida que el único real es el singular concreto, y no el universal que es una abstracción.
«En una palabra, la moral kantiana es legítima, pero no es suficiente para la vida práctica, y más concretamente para la vida. El deber es indispensable como factor de control y de propulsión; pero ha sido hecho para ser perfeccionado en la acción, entendida como medio práctico de alcanzar el contenido más rico y noble posible, mediante el cual el espíritu finito, en una situación dada puede alcanzar su unión parcial con el espíritu infinito» (21).
NOTAS
- HIRSCHBERGER, J, Historia de la filosofía, II, Barcelona, 1962, p. 179.
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres, Madrid, 1881, p. 13
- Ibídem, pág. 19
- Ibídem, pág. 27
- Ibídem, págs. 29-30.
- KANT, M., Crítica de la razón práctica, Buenos Aires, 1961, pág. 37
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres, Madrid, 1881, p. 48
- MARITAIN, J., Filosofía moral, Madrid, 1962, págs. 150-151.
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres, Madrid, 1881, p. 66.
- J. LECLERCQ, Las grandes líneas de la Filosofía moral, Madrid, 1960, 2ª Ed., pág. 133
- KANT, M., Crítica de la razón práctica, Buenos Aires, 1961, pág. 73.
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres, Madrid, 1881, p. 108.
- KANT, M., Crítica de la razón práctica, Buenos Aires, 1961, pág. 81.
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres, Madrid, 1881, p. 107.
- KANT, M., Crítica de la razón práctica, Buenos Aires, 1961, pág. 88.
- KANT, M., Fundamento de una metafísica de las costumbres, Madrid, 1881, p. 92.
- Ibídem, p. 84.
- Ibídem, p. 88.
- Ibídem, págs. 8-82
- Ibídem, pág. 120
- LE SENNE, J., Traté de morale générale, Paris, 1949, pág. 256.
Madrid, 14 de Mayo de 1972
José Correa Díaz