La “Guía de comunicación inclusiva” del Ayuntamiento de Barcelona es un «libreto» que pretende la igualdad y la no discriminación de los ciudadanos, a través de la utilización de un léxico desprovisto de connotaciones por raza, capacidades físicas o intelectuales, diferencias sexuales, sociales…
Olvida que el lema de la RAE, «Limpia, fija y da esplendor» ha quedado totalmente obsoleto con la lingüística moderna. No son las Academias, los Estados, los Ayuntamientos los creadores o administradores de la Lengua. Cuando se secuestra la única propiedad que compartimos democráticamente, caemos en la «dictadura del Poder», como está sucediendo en algunas Autonomías, donde se controla desde los rótulos de los comercios hasta la lengua de los funcionarios y niños en el recreo escolar.
El «panfleto» se desglosa en varios bloques: racismo y prejuicios culturales, género y LGTBI, discapacidad, salud mental y medios de comunicación. En el primer bloque tilda de racista, entre otras, la expresión «persona inmigrante», y propone el uso de «persona migrante». Porque «la migración es un proceso que empieza y acaba. No es por sí misma un rasgo definitorio». Efectivamente. Por eso, con los prefijos «e» (de, desde) e «in» (a, hacia, entre otros significados) enriquecemos el conocimiento sobre las personas que han salido o se han establecido en un territorio, sin connotaciones «racistas o coloniales».
Trata de eliminar los géneros masculino y femenino, porque denotan la supremacía histórica del masculino sobre el femenino, y porque el complemento sexual y la atracción mutua extienden sus fronteras más allá del masculino/femenino. Sustituye padres y madres por «las familias»; abuelos y abuelas, por «las personas mayores», porque aquí “se incluye a los que no han tenido descendencia”. No debemos decir cambio de sexo, sino «operaciones de afirmación de género» Y, ante la complejidad del desdoblamiento de palabras (trabajadores/trabajadoras) quiere que se utilice un pronombre neutro. Ya vemos el uso absurdo de la grafía «@» para esta función.
Respecto a las capacidades físicas o intelectuales de las personas dice que «el concepto de “normalidad” es otra forma de discriminación y exclusión» frente al discapacitado. Quiere eliminar del uso las palabras «incapacidad, deficiente, minusválido, paralítico, disminuido», que serán sustituidas por «personas con discapacidad… », con el determinante que proceda. Si analizamos la composición de las palabras y su etimología, veremos que no contienen ningún elemento peyorativo. Dis-capacidad es falto de capacidad, como minus-válido. Pero el tiempo puede teñir las palabras de valores despectivos, que la misma sociedad se encarga de eliminar, de forma elegante, con “eufemismos” desprovistos de tintes negativos. Baste recordar todos los eufemismos que han ido reemplazando a «retrete»: inodoro, baño, servicio, cuarto de baño, visitar a Roca…
Nuestra lengua tiene en el latín su fuente inagotable de léxico y sintaxis. Su dilatada historia literaria y cultural la ha hecho depositaria de un registro inmenso de palabras para expresar y captar los más variados matices de la ciencia, del arte y de los sentimientos. En ella “se hallan encerradas y establecidas, según A. Schaff, las experiencias y el saber de las generaciones pasadas”.
Una Lengua que no exprese matices en las cosas y en las personas, empobrece el conocimiento y maquilla la realidad. Las palabras no están cargadas de negatividad; son los actos del habla, con su intención recta, oblicua o inventiva, los que marcan sus valores, según la Pragmática.
Que no gasten nuestro dinero en inútiles consejos de ética lingüística quienes parecen desconocer las reglas básicas de la Lengua, desde Aristóteles a Wittgenstein. La Lengua inclusiva no crea la igualdad. ¿Cambiarán con la Lengua las turbulencias sociales y la delincuencia de la Barcelona actual? No. El trabajo y la justicia social conseguirán mayor igualdad y la terminología lingüística donde se codifiquen y alberguen esos nuevos cambios.
Publicado en IDEAL de Granada, el martes 27 de Agosto de 2019