El móvil se ha convertido en una herramienta inseparable del ser humano actual. Nos aporta todo tipo de información, nos guía por sendas desconocidas, nos mantiene en contacto con familiares y amigos, nos recuerda las fechas y citas de nuestros compromisos, nos facilita las compras y los pagos…, pero también se presta a determinadas adicciones que obstaculizan el normal desarrollo de nuestras actividades o de nuestra formación. En esta línea podemos encuadrar la situación traumática que viven muchas personas, cuando lo pierden.
Durante la pasada semana, saturada con la huelga del taxi y con la avalancha africana que rememora en desembarque del Califato Omeya en la Península, el 711, mientras el Rey visigodo, Rodrigo, se ocupaba de otros problemillas con regiones periféricas, ha pasado desapercibida la noticia de que Emmanuel Macron va a poner en marcha la prohibición de los móviles en los colegios de enseñanza no universitaria francesa, a partir de próximo curso, que está abriendo ya sus puertas. Decisión precedida de un amplio y prolongado debate, y que mantiene todavía algunos flecos por resolver.
Cuando los móviles eran sólo teléfonos, y en el Instituto donde trabajaba no había más de una docena de alumnos que disponían de él, los problemas que creaban eran los robos. Esto nos llevó a movilizar los servicios de “inteligencia”, con algunos resultados positivos. Y negativos, claro, porque en el consiguiente Consejo Escolar había que probar el delito y aplicar la sanción, siempre desagradable. Valorados los pros y los contras, decidimos plantear a la comunidad educativa la prohibición de que los alumnos trajesen los móviles al Centro. Propuesta que fue rechazada por padres y profesores. Pero, con la progresiva multiplicación de funciones y el uso generalizado de los móviles, éstos se han convertido también en un generador de problemas y conflictos en los Centros educativos. Problemas, cuya solución se ha trasladado a los Reglamentos de Convivencia, que no siempre lo tienen fácil.
El primer problema que observamos es que joven y móvil constituyen una simbiosis perfecta. Lo que impide que el discente se centre en la materia que se imparte en cada momento, y esté tentado a la comunicación telemática con compañeros del aula, de otras clases e, incluso, de la calle, con el consiguiente deterioro de su formación. Cualquier intervención del profesor, al respecto, se presta a la creación de conflictos, pues los mismos padres tratan normalmente de proteger a sus hijos. Hace algún tiempo se hizo un experimento en Francia: llevaron a un grupo de jóvenes a un internado, sin móviles, durante unos meses, y el resultado académico fue muy superior al que venían ofreciendo.
Hemos conocido también numerosos casos de bullying a lo largo de estos años. Bullying que tiene su origen en los colegios y se extiende por las redes sociales, con el consiguiente deterioro de la convivencia.
Es cierto que la decisión de Macron tiene sus detractores, sobre todo por parte de los Sindicatos. Y está por ver cómo se podrá llevar a cabo de forma práctica. Taquillas para dejarlos, entrega al profesor… Pero, con todo, como el problema es general, ya encontramos a países como Reino Unido e Irlanda mirando a Francia para seguir sus pasos. Aquí, mientras, estamos de vacaciones… Sol y playa para unos y puestos lucrativos para otros.
El saber es un proceso lento que necesita tiempo y mucha concentración. Terminamos con las palabras del ministro de Educación francés, que nos parecen muy acertadas a la hora de comprender el problema: “los celulares son un avance tecnológico, pero no pueden monopolizar nuestra vida. No se puede progresar en un mundo de tecnología, si no sabes leer, escribir, contar, respetar a los otros y trabajar en equipo”.
( Publicado en IDEAL de Granada el sábado 4 de Agosto de 2018)