El siglo pasado, Saussure revolucionó el estudio y conocimiento de la lengua. Entre otras muchas consideraciones, estableció que la lengua es un conjunto de signos, cuyo valor se determina por las relaciones de oposición entre los mismos. Cada signo lingüístico está formado por un significante y un significado, unidos indisolublemente. A través de esos signos se conserva y trasmite el conocimiento de la realidad. Pero hay significantes que asumen más de un significado. Por ejemplo, “red”, “pluma”… Y significantes que cambian de significado: república, villano. En esta línea nos encontramos con que las expresiones de saludo están perdiendo su sentido original, por diferentes razones.
Hace unos días estuve con dos albañiles, hermanos, con más de medio siglo a sus espaldas, que apenas fueron a la escuela, pero que, durante su trabajo, mostraban profesionalidad y conocimiento de Sócrates, Platón y de la Biblia. Saludaban con “Buenos días nos dé Dios”.
Esto me recordó a mis antepasados. Generación escasa en despensa y escuela, pero curtida, de sol a sol, desde la niñez, en todo tipo de labores agrícolas, ganaderas y artesanales. Ellos dieron la existencia a la juventud que se enfrentó en guerra fratricida, y de la que todavía flota en la atmósfera un cierto tufo de resentimiento y de odio. ¡Eran tantas cosas buenas las que aprendíamos entonces de los mayores, enciclopedias de saber y trabajo…! De la multitud de recuerdos que conmigo van y de las habilidades que ellos me trasmitieron, tengo siempre presente la expresión del saludo cotidiano: “Buenaj tardej no e Dioj”.
Confieso que tardé bastantes años en descubrir el significado de la extraña comunicación. ¿Por qué los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches no eran de Dios? Con el tiempo entendí que vivimos en una Europa troquelada por la cultura cristiana, y que las relaciones personales no pueden sustraerse a la atmósfera de lo sobrenatural. Al mismo Santiago Carrillo le oíamos decir “Gracias a Dios…” De ahí que saludaran con el “Buenos días, buenas noches, nos dé Dios”, levantando levemente el sombrero, como signo de respeto. Y se despedían con “Vaya Vd. con Dios.
Esta oración gramatical simple que clasifican los gramáticos como “optativa de ruego”, se convierte en “oración” de súplica a la divinidad. Posteriormente, esa construcción gramatical, que consta de sujeto y predicado, se simplifica, por obra y gracia de la economía lingüística, conservando solamente el complemento directo: “¡Buenos días…!” (Oración unimembre). Pero en esta sociedad secularizada está cambiando también la semántica de la expresión. Más por desconocimiento de los usuarios que por aplicación de la “memoria histórica”, de nuevo reactivada, que obligará a suprimir de la lengua todo lo que recuerde lo sagrado.
Es frecuente oír, en retransmisiones deportivas, “buenas tardes, por decir algo, porque está diluviando”. Para estos periodistas, habría que saludar con “malas tardes”, “lluviosas tardes”, “calurosas tardes”, “dramáticas tardes”, atendiendo a la climatología u otros acontecimientos. Tras los atentados terroristas de Cataluña, locutores de radio y televisión accedían a los programas con “Buenos días, por decir algo”. Expresión con la que saludó Fernando de Haro a los oyentes de COPE, tras el bombardeo de EE.UU. a Siria, el pasado 15 de Abril. Cito a este periodista de la radio de la Iglesia española, porque es un icono en la defensa de la doctrina y valores de la Institución.
El desgate de las locuciones de saludo tradicionales en nuestra cultura tiene su origen en el desconocimiento de la etimología y en el automatismo en el uso de las mismas, a la vez que se van introduciendo nuevas fórmulas, junto al polisignificativo “hola”, entre quienes cursan bilingüismo: “Bye, bye”, “See you”, “See you tomorrow”.
Esperemos cordialidad en los saludos, aunque sean en lengua no habitual.
(Publicado en IDEAL de Granada, martes 26 de Junio de 2018)