Formación sexual

En esta España convulsa, que marcha con las luces de posición y al ritmo de la “yenka” (Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás… Un, dos, tres), en donde los grandes proyectos de Estado, autonómicos y municipales están aparcados por falta de acuerdo en los presupuestos, por intereses partidistas;  en donde el desajuste entre gobierno central  y gobiernos autonómicos es cada vez mayor, estamos sufriendo el goteo incesante de una sexualidad que transforma su “eros”  en “thánatos”, en  agresividad, en violencia, en muerte.

La perversión es recurrente: 166.200 denuncias por violencia de género en 2017, una víctima semanal, abusos de algunos profesores o monitores a alumnas o alumnos, menores que agreden sexualmente a menores, o “Gabrieles” a los que siegan sus  vidas angelicales con las afiladas y gélidas  cuchillas de los celos. Manifestaciones, días de luto locales o provinciales, voces al aire clamando justicia…, y vuelta al espectáculo parlamentario. Y el sexting, acoso sexual en las redes sociales, experimenta una progresión geométrica imparable, que afecta a gran número de menores.

A este problema complejo se le buscan soluciones simples. Respecto a los cuatro implicados en la violación de Cazorla, cuya causa se archivó, porque eran inimputables por la edad, Jesús Maeztu, defensor del pueblo andaluz, dijo que “no se irán de rositas”; harán un programa de “educación sexual”. Hay que establecer si las familias deben entrar también, añadió. Y determinados Servicios de Ayuntamientos y ONGs organizan Cursos variopintos de información sexual, a costa de nuestro bolsillo, y  cuya eficacia está por ver.

Es cierto que la sexualidad ha sido un tabú en nuestra cultura. Tabú con tintes precientíficos y religiosos muy arraigados, cuyas secuelas siguen vivas en esta sociedad. A pesar de que la biología, la psicología y la sexología han desmontado todas las falsedades que han condicionado nuestra formación sexual y ética, en el proceso educativo no se ha introducido todavía una materia curricular sobre este tema, adaptada a las distintas edades  y niveles de aprendizaje. Desde Freud somos conscientes de las fuerzas que actúan en el subconsciente humano: de sus manifestaciones en complejos, patologías, fijaciones, sublimaciones… Aunque algunos de sus presupuestos han sido rebatidos o superados, no cabe duda de que a la luz de su cosmovisión podemos comprender mejor este tsunami que estamos viviendo en el  proceloso mar de la sexualidad.

La represión moral que hemos padecido en el campo de la sexualidad, ha roto sus amarras y ya nos vemos navegando en el océano de la libertad sin fronteras, con las velas al aire de las redes sociales y de la pornografía. La sexualidad, como fuerza constitutiva de la persona, que condiciona nuestra existencia “desde la cuna a la sepultura”, debe ser objeto de un tratamiento científico en la educación, que sería más bien una “contra-educación, impartido por especialistas, en el que se aborde la dimensión biológica, la psicológica y la ética. Porque el descontrol de los instintos, la quema de etapas en el desarrollo sexual, el desconocimiento del impacto que tiene la misma sobre el equilibrio psíquico de un niño y de un joven en el seno de tantas familias desestructuradas y de una sociedad cada vez más cercana, pero cada vez más distante, en la que no nos llega el calor de los próximos, sino la virtualidad de los lejanos, está teniendo consecuencias preocupantes.

Consecuencias que no se van a evitar creando “Puntos de información sexual”, ni “Jornadas para disfrutar del propio cuerpo”… El problema es mucho más complejo. Tampoco se debe despachar en una asignatura de las muchas “marías” que siguen engordando el currículum educativo, y con las que completa  horario  el último advenedizo. Sí podrán ayudar  profesionales con programas serios que  conciencien de los valores de la sexualidad.

(Publicado en IDEAL de Granada, el lunes 19 de Marzo de 2018)

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