Ruidos

 

Unos amigos daneses que, tras recorrer las costas malagueña y granadina, decidieron instalarse en una localidad del cinturón de Granada, han tenido que soportar un verano abrasador, pero, sobre todo, unas noches de locura, con interminables veladas de tertulias, en las que los vecinos vociferaban sin el mínimo respeto al descanso de los demás. Llamadas a la policía local, entrevista con el Sr. Alcalde…  para nada. Todo un sin vivir o, mejor, un sin dormir. Esto, chicos, no es Copenhague, les digo.

Traigo este suceso a colación, porque con la vuelta de los universitarios a Granada se está reavivando el tema de los ruidos, junto al de la ingesta de alcohol y el de  la suciedad en  los espacios públicos. La Ordenanza Municipal de Protección del Medio Ambiente Acústico en Granada, de 15 de Mayo de 2007, con modificaciones en 2010 y 2017, establece  los espacios de alta sensibilidad al ruido, los tolerables… durante el día, la tarde y la noche. Y en su art. 1.1b habla de “poner a disposición de la población la información sobre ruido ambiental y sus efectos”. Efectos que, como sabemos, pueden ser: tensión arterial, cefaleas, sorderas, imposibilidad de dormir, riesgos de accidentes, entre otros. Por lo que en su art.1.1c, dice que se tomarán “medidas para prevenir y reducir los ruidos” emitidos por diferentes fuentes.

Tras el cierre del botellón, los largos fines de semana no han dejado de ser festivos y ruidosos en Granada. Plazas y jardines, bajo Albayzín y otros recintos albergan concentraciones  de jóvenes que satisfacen sus apetencias etílicas y desinhiben sus pasiones y complejos. El regreso al hogar, a altas horas de la madrugada, les sirve a muchos para mostrar el incivismo e imbecilidad de los que la naturaleza les ha dotado generosamente, y que la Universidad no trata de corregir: a grito pelado despiertan a muchos ciudadanos que les pagan la docencia con los impuestos de su trabajo. Personas que tienen que madrugar para conducir un autobús, abrir un bar, realizar su jornada laboral…  Por otro lado, bastantes pisos de estudiantes han recobrado la función que hace años desempeñaban con los “guateques”. Fiestas vespertinas, sin control de la normativa municipal, que se prolongan en la noche sin límite de tiempo. Y las paredes  de unas construcciones, al margen  de cualquier  legislación sobre ruidos y contaminación acústica, que dejan pasar hasta la respiración,  y  enervan  y desvelan en su descanso a los pacientes vecinos.

A este carrusel se suman las motos sin silenciador y los coches con música a todo volumen que hacen temblar los edificios, y los camiones de recogida de basura y vidrio que acaban de orquestar las desapacibles noches granadinas. Ahí tenemos las asociaciones de la zona de Alminares  reclamando inútilmente cambios de ubicación de contenedores y de horario en la retirada de los residuos.

Al final tendremos que pasar la noche tatareando “Ruido” de Sabina: “mucho, mucho ruido, / ruido de camiones, / ruido de altavoces,  / ruido de borrachos, / ruido de insensatos. / Tanto, tanto ruido…”  Porque legislar es fácil: cortar y pegar la articulación europea o nacional. Incluso manipular la cartografía del ruido, como ya sucedió en Granada, según sentencia del TSJA. Lo difícil es aplicar la legislación. Poner los medios para asegurar la salud física y psíquica  de los ciudadanos.

Yo les he recordado varias veces a mis amigos escandinavos las palabras de Schopenhauer, al que ellos conocen perfectamente, pues han estudiado sus postulados filosóficos: “La inteligencia es una facultad inversamente proporcional a la capacidad para soportar el ruido”. Palabras que podrían rotular el frontispicio del edificio consistorial de la Plaza del Carmen, para que nuestros regidores hicieran una valoración  de su inteligencia y tomaran conciencia del problema.

Publicado en IDEAL de Granada, el domingo 1 de Octubre de 2017

 

 

 

 

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