Imperativos

 

No sorprende que la decisión de la RAE, aceptando el uso   de “iros”, como imperativo plural,  a la par que “idos”, haya levantado una polémica nacional. Polémica en la que se ha recabado la opinión de escritores, académicos, periodistas y, por supuesto, del director de la Academia, D. Darío Villanueva. Y parece que de este debate se ha sacado una conclusión: hay que cambiar el lema de la RAE, pues la vieja Institución ha perdido la capacidad de limpiar nuestra lengua de vulgarismos, anglicismos, galicismos…, y de dar esplendor a la misma; sólo dispone de pegamento, con el que “fija” como correcto todo el léxico o construcción sintáctica, cuyo uso ya no chirría al oído de la mayoría.

No sé los días o meses de trabajo que los ilustres defensores de la lengua castellana han empleado para tomar una decisión tan controvertida: dar a la forma verbal del infinitivo pronominal “irse” un valor o modo imperativo. Cuando Segundo de Bachiller era COU, y se cursaba una asignatura llamada Lengua,  en el tema V, “Estructura y función del  sintagma verbal”, se estudiaba el imperativo como “modo en el que se expresa una exhortación al oyente para que ejecute una acción deseada por el hablante”. El imperativo tiene sus formas verbales, pero hay otras que han asumido ese valor: el futuro de los mandamientos (no matarás, no robarás…), el presente (ahora mismo te vas fuera) o el infinitivo (a dormir).

Los académicos deberían haber visitado Granada antes de restringir su acuerdo sólo al infinitivo “irse”. Porque don Gregorio Salvador ha ya muchos años que dejó nuestra Universidad para instalarse en Madrid, y desconoce  los avatares del metro, del AVE y cómo va la lengua en la calle. Yo llevo muchos años leyendo, y sintiendo una descarga anti-corrección, CERRAR LA PUERTA, EMPUJAR, TIRAR, BAJAR, SUBIR, NO FUMAR, NO ARROJAR BASURA…, en comercios, entidades bancarias, solares… Y a nadie he escuchado el más mínimo comentario sobre el uso vulgar del infinitivo con valor de mandato. Tenía conciencia de que se estaba produciendo ese cambio, posiblemente originado por el desconocimiento léxico y ortográfico de muchos trabajadores de las empresas de artes gráficas, pero también de los que lo han permitido en sus establecimientos. Lo que me induce a pensar que no tardaremos en verlo aceptado, de forma generalizada,  por la Academia.

La lengua, suele decirse, es el patrimonio más democrático que posee la sociedad. Cada ciudadano, con el uso de la misma en el habla, la actualiza, transmite y conserva. Esto hace que la lengua se encuentre en permanente cambio, en constante evolución. Basta mirar la transformación del latín, a través de las lenguas vulgares, en italiano, francés, castellano, catalán, gallego… Proceso que continúa imparable, en cada una de las lenguas, en el campo léxico, porque hay nuevas realidades que conceptuar, en el fonético, porque el aparato fonador se acoge la ley del mínimo esfuerzo, de mismo modo que la estructura sintáctica. ¿Por qué, si no, van apareciendo cantidad de vocablos como  emoticonos o cookies? ¿Qué académico podrá evitar que la gente de Armuñequeh  coma pipeh y papeh friteh?

Una sociedad en vertiginoso cambio social, ético y cultural, se ve también afectada por una transformación constante  de la lengua, cuyos agentes no son ya los escritores y los tecnócratas, sino todos sus miembros, fundamentalmente a través de las redes sociales, que anulan la comunicación presencial y metamorfosean  los significantes y significados de la lengua. Esto no es óbice para que en determinados registros, como el jurídico y el administrativo, seamos estrictos en exigir  la mayor  corrección gramatical, pues en estos documentos está en juego nuestro patrimonio y nuestra vida, y desgraciadamente sus redactores no siempre disponen del  nivel  académico  más apropiado.

Publicado en IDEAL de Granada, el día 24 de Julio de 2017

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