Lengua antisexista

 

Cuando en 1713 se funda la Real Academia Española, ésta toma como lema “limpia, fija y da esplendor”, y se dedica fundamentalmente a recomendar los usos correctos de la lengua. Y, desde 1993, tiene como objetivo  “velar por que la lengua española, en su continua adaptación  a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad” en el vasto territorio de habla hispana, con la publicación del Diccionario, la Gramática, la Ortografía… De lo que se ocupan los 46 miembros de la Academia, especializados en las distintas ramas del saber: filología, literatura, derecho, cine, arquitectura, historia, cultura clásica, medicina… Su trabajo debe de ser cada día más complicado, si observamos la constante aparición de neologismos, el uso incorrecto de las normas gramaticales y de la ortografía en escritos de todos los ámbitos del saber y de la administración.

Pero, sobre todo, deben sentirse asombrados, si les queda capacidad para ello, por la aparición de nuevas Academias de ámbito territorial y político, que, extrapolando sus funciones, se erigen en  fuentes de creación léxica para cambiar la sociedad a través de la lengua. No son  novelistas, ni  científicos, ni  poetas estos demiurgos, creadores  de nuevas palabras. Son  políticos o  asesores de políticos. Así, nos llegaba recientemente la información de que la Junta de Andalucía, en los impresos de solicitud de plaza escolar para el próximo curso, ha sustituido “padre, madre o representantes legales del menor”  por “persona guardadora 1” o “persona guardadora 2”. Y, entre las muchas guías publicadas en Comunidades Autónomas y Universidades contra la utilización sexista de la lengua, y que todos conocemos, como el empleo de los artículos el/la, o los nombres abstractos de “militancia, funcionariado, ciudadanía…”, hemos leído cómo la Consejera de Sanidad valenciana, Carmen Montón,  para acabar con los estereotipos sexistas en la sanidad propone, entre otros muchos cambios, sustituir “niños” por “criaturas”.

No debemos olvidar que Saussure nos definió la lengua como un sistema de signos que existe en la conciencia de todos los miembros de una comunidad, mediante los cuales conocemos nuestro mundo exterior e interior, y nos comunicamos con los demás. Cambiar los significantes, en primer lugar, no va a modificar el significado. Cualquier padre o madre que rellene un impreso, pasará por secretaría a preguntar al administrativo de turno (perdón, persona de la administración) qué se entiende por “persona guardadora 1” y “persona guardadora 2”. Y, si pertenece a la “progresía”, montará un pollo, porque es una expresión degradante: ¡a las personas no se las guarda! En esta línea y contexto, se rebelaba  hace poco una señora, exigiendo la terminología de “escuelas infantiles” frente a “guarderías”. Y, centrándonos en “criaturas”, para igualar al niño y la niña, los equipara  bíblicamente con todos los seres creados. Lo que implicaría, al menos,  una despersonalización.

La cruzada contra la lengua sexista no deja de ser una esquizofrenia, porque los géneros gramaticales no son géneros sexuales. Es cierto que la cuna grecolatina de nuestra gramática está formada por una sociedad machista. Pero los plurales  masculinos universalizadores se ampararían más en el principio de economía lingüística.  Hay mucha más carga sexista en la lengua publicitaria que recibimos a diario,  que en la de uso común. ¿Acaso la matrona que ponga a un niño en el regazo de la madre  le va a decir “aquí tienes a la criatura”? Los universales no sexistas circulan carentes de significado por las mentes de los usuarios, y tardarán en alcanzar su objetivo, si lo alcanzan.  No es la lengua la que modificará  las actitudes machistas y creará la igualdad,  sino la educación y una praxis ética  diaria que lleven al hombre y a la mujer a asumir sus roles, su dignidad y el  respeto al  otro.

(Publicado en IDEAL de Granada, el domingo 25 de Junio de 2017)

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