Con cierta frecuencia observamos en estas páginas la indignación que muestran algunas personas frente a la “incultura” de muchos conciudadanos de nuestro entorno. Incultura que se evidencia en el bajo nivel en la expresión escrita, en lo poco que se lee, en el desconocimiento de la historia y geografía hispanas… Sin poner en duda estos hechos, sí podemos cuestionar que todos los que se creen cultos lo sean; que todos los escritores dominen las reglas ortográficas o que los curas jóvenes sepan latín.
A veces queremos monopolizar el concepto de cultura desde el estudio de las humanidades, olvidando la inmensa riqueza que este vocablo ha venido asumiendo diacrónicamente hasta albergar una multiplicidad de significados. Para la UNESCO “la cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. Hasta la Ilustración, las personas cultas, escritores, filósofos, científicos, eran conocedoras de todo el saber, porque disponían de mucho tiempo y porque la creación artístico-literaria, hasta el momento, era limitada. Pero hoy los especialistas sólo dominan una pequeña parte de la materia: Historia antigua, medieval…Literatura del Siglo de Oro, hispanoamericana… Por lo que, tal vez, haya que ser modestos y recoger la definición de persona culta que hace cuarenta años leí de un escritor ruso: “culto es quien posee una visión coherente del hombre y del mundo, y domina una profesión para vivir”. No sé si es poco pedir en esta Granada, donde corren ríos de poetas, de novelistas, de artistas… que el crisol del tiempo dirá si van, o no, a dar a la mar, en aguas del Guadalquivir.
Un título universitario no es necesariamente garantía de cultura. Decía Feijoo que muchos muestran lo aprendido como un bloque de mármol soporta la inscripción. Les adorna, pero no saben utilizarlo. Hay bastantes personas, tituladas superiores, que tienen pasión por la novela. La lista de libros más demandados que Juan Vellido nos ofrecía, el día 3, en su artículo, son sólo un aperitivo en su hambre de lectura. Si les preguntas ingenuamente por “El laberinto de los espíritus”, de Ruiz Zafón, te contestan que está muy bien, que les ha gustado más que “Como fuego en el hielo”. De donde se infiere que la lectura les aporta igual que los juegos en la Tablet: un pasatiempo. No existe espacio, ni tiempo, ni caracterización de personajes, ni sociedad, ni estructura, ni descripciones, ni lengua, ni trama… Es cierto que, para muchos profesores, lo importante es leer. Sí. Pero venir de Japón, por ejemplo, para visitar la Alhambra, e irse solamente sorprendido y cargado de emociones estéticas, porque no se dispone de la técnica o del guía apropiado para la comprensión del arte del monumento, a todos sus niveles, sería un fiasco. De igual modo a los alumnos, desde pequeños, hay que formarles en los recursos que se utilizan para la creación de un cuento, de una novela o de una poesía. De lo contrario, los programas de lectura en el aula, sobre los que tanto hincapié se está haciendo, servirán para poco.
Y no olvidemos que hay cultura en muchas actividades: el trabajo de los pastores y agricultores, la reparación de un coche, la restauración, las Fiestas del Corpus…. Y, sobre todo, hay cultura en la aceptación racional del legado histórico, de las normas de convivencia y en el respeto a los demás. El aula es simplemente el “gimnasio” que prepara para convertirse en usuarios y creadores de cultura en una sociedad en vertiginoso cambio.
Publicado en IDEAL de Granada, el lunes 12 de Junio de 2017)