Homenaje
a
Antonio Rodríguez Molina
(Guájar Fondón, 1925- Lobres, 2016)
Queridos paisanos y visitantes, que os disponéis a pasar una noche de diversión en la festividad de nuestro Patrón, San Antonio:
Me dirijo a vosotros con la enorme satisfacción de haber sido designado por el Sr. Alcalde y la Comisión de Fiestas para presentar este Homenaje a Antonio Rodríguez Molina. Pero temeroso, porque mis palabras no van a poder transmitiros, en tan breve síntesis, todos los valores que nuestro querido Antonio Almacena.
Antonio nace el día 13 de Junio de 1925, en Guájar Fondón. Es el segundo de siete hermanos, de una familia con escasos recursos económicos.
A los seis años comienza su escolarización, que da por finalizada un año más tarde. La penuria económica le obliga a trabajar en el solar en el que han de construirse la vivienda. Las espuertas de tierra dieron más de una vez con su cuerpo infantil en el suelo. Pero su amor propio y arrojo le hicieron superar la fragilidad infantil.
A los 12 años, en plena Guerra, llama la Guardia civil a la puerta de su casa, con una orden escueta: “al día siguiente, el padre, Manuel, el hermano mayor y él, deberán presentarse en Motril para trabajar en las cañas”. Muchos de los presentes hemos visto a niños de esta edad trabajar de “aguadores” en la Monda. Pero éste no fue el caso de Antonio. Pasó directamente al primer escalafón de la antigua zafra: “cortador”.
A los 16 años inicia la profesión de podador, que le abrirá, más tarde, las puertas de la carpintería. Alterna el trabajo en el campo con la música nocturna. Maestro del laúd, juglar de la noche, con serenatas de “a peseta”, aviva el fuego en el corazón de las mozas y acalla las voces de su estómago, en tiempos de penuria económica.
A los 20 años, Antonio marcha a Almería a realizar el servicio militar. Treinta meses muy duros, que vive en la ciudad hermana y en Gerona. Pero de allí el cabo Rodríguez molina volvió, adelantándose a la mili profesional, con el aprendizaje de albañil realizado.
Cumplidos los deberes con la Patria, reinicia su vida laboral en el campo y su vida matrimonial con Dolores (Dolorcitas para él) Palma, inseparable compañera en los buenos momentos y en los malos tragos.
Aquel niño al que arrebataron el Catón y la libreta de los “palotes” a los siete años, para cambiárselos por la espuerta terrera, lo encontramos, en lo que podemos llamar “escuela de adultos”, aprendiendo las cuatro reglas y a solucionar problemas, con D. Francisco Hidalgo. Tres meses fueron suficiente. De aquellas “clases particulares” salió con la base matemática necesaria para defenderse en el manejo y realización de planos, y para el uso de la amplia gama de medidas que hay que realizar en la construcción. Era él quién nos decía los metros de azulejos o de terrazo que necesitábamos, el número de ladrillos o tipo de cabilla que había que pedir. Era él quien, sin planos de arquitecto, distribuía sobre un papel las medidas de los peldaños de las escaleras. Era él quien, además, arrimaba el hombro para subir las vigas, sin grúas ni montacargas, a lo alto de los muros.
Un desgraciado accidente acaba, en el año 1952, con la 2ª y 3ª falange de cuatro dedos de la mano izquierda de Antonio. Negros nubarrones oscurecían su vida. El manejo de las herramientas de campo le resultaba difícil. Su hija Carmen ya tenía tres años, y había que seguir adelante. Por ello tiene que dedicarse a realizar trabajillos de carpintería (arreglos de sillas, de cajas, de puertas…) y de albañilería. El manejo de las cuerdas del laúd también se hace imposible…. Nos encontramos ya con Antonio “EL MANQUILLO”.
El año 1955, Antonio “El Manquillo” emprende el camino de la emigración. Y recala en Lobres. Este pueblo viejo y noble como el roble de los toneles, que, durante siglo y medio, ha venido acogiendo con respeto y generosidad, a gente de Vélez, los Guájares, Mondújar, Albuñuelas, Lentejí, Molvízar… Gente que ha encontrado trabajo y hospitalidad, porque nadie se ha sentido nunca dueño del pueblo, porque aquí no hubo nunca señores feudales ni caciques. Los que hemos nacido aquí sabemos que nuestros padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos fueron inmigrantes.
Como cualquier inmigrante, Antonio encuentra, al llegar, el problema del trabajo y el de la vivienda. La poca construcción existente se la repartían, en aquel momento, dos primos suyos que habían venido unos años antes: los hermanos Molina, José y “El Mudo”. Tampoco había casas libres para habitar.
Antonio recibe trabajo de José Arenas, un paisano suyo, que llegó antes que él, y al que le construye una cochera y le hace la carpintería de la misma. Arenas le ofrece también una habitación.
Poco a poco va abriéndose camino y la construcción, y se habita un par de casas antes de construir la suya propia.
En los 46 años que Antonio lleva con nosotros ha sido un ejemplo de pundonor, de profesionalidad. Su ritmo de trabajo era prácticamente inaguantable para sus peones. Todos hemos huido de los “maestros” que nos hacían obras por contrata, porque sabíamos que con El Manquillo nos salían mucho más baratas. Y el lo tenía a gala. Por eso trabajaba a jornal como si fuese a destajo.
Buena parte de este pueblo es obra suya: casas, cuartos de baño, reformas, renovación de tejados, muros en fincas… Difícilmente se calaba una terraza o un tejado hechos por él, sin necesidad de tela asfáltica.
Durante muchos años, a marchas forzadas, ha tenido que construir, el mismo día de la muerte, los nichos para nuestros difuntos. A veces, bajo una lluvia que dificultaba enormemente la construcción al aire libre. Pero, a pesar de las inclemencias meteorológicas, ningún difunto dejó de recibir sepultura a la hora fijada.
En su muy merecida jubilación, este temperamento de acero sigue ejercitando su vena artística con la talla de imágenes de valor inapreciable.
Y continúa ofreciendo un servicio totalmente altruista a este pueblo: Antonio, con el toque de campana nos llama a los servicios religiosos; con el toque de campana da el último “adiós” a nuestros seres queridos.
Como muestra de este cariño y de este aprecio, recibe el aplauso de tu gente y la placa que el Sr. Alcalde te va a entregar.
Losbres, 16 de junio de 2001
Pepe Correa Díaz