En una esquina sombría del claustro gótico de la catedral de Ávila nos encontramos, en el frío y desgastado suelo de piedra, con los epitafios de dos abulenses ilustres: Claudio Sánchez Albornoz y Adolfo Suárez. Un republicano y un monárquico. Los dos descansan juntos. Pueden darse la mano desde las humildes moradas en que reposan. Y, sin duda, se hallan fundidos en el abrazo de su fe cristiana y en la esperanza de una España acorde con su historia en el mundo. “Ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas”, reza la lápida de D. Claudio. “La concordia fue posible”, proclama la de D. Adolfo a los visitantes que ven en ellos la síntesis del pasado y del futuro de una España siempre zarandeada por el vendaval de egoísmos partidistas y regionalistas.
Sánchez Albornoz supo compatibilizar la fe católica con su militancia republicana y sus altos cargos de Consejero, Ministro y Embajador de la II República, así como de Presidente de la República en el Exilio. Y en su trabajo de prestigioso y eminente historiador ha resaltado que “a través de la España cristiana la civilización entró en el continente europeo”. Esto contrasta frontalmente con las actitudes que hemos vivido en torno a estas fiestas navideñas, al intentar, desde distintos grupos y personajes de la política, laicizar o suprimir lo que es un transcendental acontecimiento histórico y cultural de Occidente. Actitudes ya analizadas en este diario por, entre otras, la magistral pluma de Esteban de las Heras. Se puede, o no, estar de acuerdo con que “la libertad está donde se halla el Espíritu de Cristo”, origen y razón de la Navidad. Pero toda persona tiene el derecho a fundamentar su existencia en el sistema religioso, filosófico o ideológico que mejor le sirva, y a compartirlo socialmente, respetando a los demás.
El epitafio de Suárez, “La concordia fue posible”, ha sido reiteradamente evocado y ensalzado durante el extinto año 2016. Él fue quien supo aunar voluntades para levantar los pilares de una larga y fecunda convivencia. Pero sobre la tumba del año que ha finalizado sí podríamos escribir: “No fue posible la concordia”. Ni para formar gobierno, ni para alcanzar acuerdos con los nacionalistas, ni entre las corrientes internas de los partidos… No sé si tendríamos que dar la razón a Larra, cuando escribe, con su pesimismo habitual, que “la sociedad es, pues, un cambio mutuo de perjuicios recíprocos. Y aquello que la sostiene, (…) el egoísmo”. Porque, si miramos las turbulencias en los Partidos, la descortesía en el Parlamento, la amplia corrupción y la falta de acuerdos, hay que concluir que no ha sido el altruismo lo que ha brillado durante el año saliente.
Por lo que, al comenzar 2017, antes de volver a la Carrera de San Jerónimo, en febrero, los Parlamentarios deberían pasar por el Claustro donde los inmortales Albornoz y Suárez siguen impartiendo “magisterio” histórico y político, con su obra y vida. Allí, estimulados por las gélidas temperaturas del invierno abulense y la adustez del monumento, deberían permanecer hasta encontrar las soluciones que este país necesita. Y leyendo “España, un enigma histórico”, obra que pretende, según Albornoz, “servir para crear una conciencia nacional de las maravillas que hemos hecho en el mundo y de las que podemos hacer si logramos entendernos”. Ahí está la clave: si logramos entendernos. Éste es el firme propósito que los gerentes de la res pública, que no están jugando con cosas, sino con vidas humanas, deben hacer. Esperemos que los abrazos, las felicitaciones y los buenos deseos de estos días se plasmen en Concordia para un trabajo serio y eficiente. Pues sería trágico que sobre el Parlamento se esculpiera un epitafio de Larra: “AQUÍ YACE LA ESPERANZA”.
(Publicado en IDEAL de Granada, el lunes 2 de Enero de 2017)