Maestro de maestros

 

Tras reflexionar sobre la extraordinaria semblanza que del “Hacedor de poetas”, Juan Carlos Rodríguez, hacía en este diario Pablo Rodríguez, y  los artículos que  del  gran “Maestro” escribieron Remedios Sánchez y Juan Santaella,  estaba terminando de leer “El telescopio de Galileo”, de García Montero,  cuando recibí la noticia de la muerte de un amigo entrañable, al que ya cité en mi reciente artículo “El tiempo”: Antonio Sánchez García.

A los que recibimos el magisterio de Juan Carlos, y cambiamos la técnica de acceder a la obra literaria, nos deleita ver el alcance de su pensamiento, y nos entristece  haber fracasado al intentar  trasmitir a los alumnos de bachillerato esa óptica  de abordar  la lectura.

Antonio  Sánchez nos dejaba el domingo, día treinta, a los 71 años. Licenciado en Filosofía y en Románicas, Doctor en  Pedagogía, heredó todo el legado lingüístico de Babel, pues manejaba el latín, el francés, el inglés y el alemán, lenguas de las que impartió clases, así como el italiano y el portugués. Autodidacta y auténtico humanista. En la Universidad tomaba los apuntes justos, que después rehacía con la lectura de  obras filosóficas, literarias o de historia. En vísperas de exámenes, siempre estaba rodeado   de compañeros a los que aclaraba  las dudas.

Antonio comenzó su docencia en dos de las Academias clásicas de Granada: Progreso, de Mesones, y Lábor, de Plaza del Campillo. Academias instaladas en una planta de los  bloques. La remuneración era por horas. Los alumnos, procedentes de todos los estratos sociales, no eran los  más brillantes, por lo que la docencia se hacía difícil. Pero nuestro amigo, profundo conocedor del ser humano, tuvo siempre una perfecta sintonía con los jóvenes y sus familias, así como con el complejo profesorado de aquellos claustros.

A mediados de los setenta abrió, con otros compañeros, la Academia de Oposiciones TEDI, en Calle Alhóndiga. Por donde pasaron cientos de maestros de toda la provincia. La admiración que por él sentían los opositores, puede resumirse en uno de los muchos WhatsApps que circulaban tras su muerte: “Su bondad, su generosidad y su sabiduría son el legado que siempre estará en nuestros corazones. Fue una suerte tenerlo como profesor y buen amigo”.

Por esas fechas consiguió plaza en la Escuela de Magisterio “La Inmaculada”, donde  permaneció hasta la jubilación,  ganándose el aprecio, el afecto y el cariño de todos sus alumnos.

Su calidad humana le llevó a darse siempre a los demás, fuera del aula. A su casa acudían alumnos y compañeros, solos o en pareja,  a departir con una cerveza o un vino, y a recibir orientación académica y humana. Y los fines de semana tendía la mano y la pluma a sus paisanos del Castillo de Tajarja para solucionarles problemas personales y burocráticos.  Allí reposan  ya sus cenizas, cerca de ellos.

Desprendía un halo misterioso en su mirada inescrutable. Su ironía bondadosa  nos atraía a todos. A unos, porque apreciábamos su inteligencia; y a otros, porque se extasiaban en su bondad. Conocía la intrahistoria de los pueblos de todos sus interlocutores, lo que facilitaba el diálogo con anécdotas sorprendentes. Como soldado en Algeciras, traducía los textos de inglés al Capitán, al que desquiciaba modificando las noticias irrelevantes sobre España, con simulado gesto de preocupación.

Querido Antonio, aunque hace años que el Alzheimer había hackeado el disco duro de tu inmenso saber, la última vez que nos vimos aún retenías viejas expresiones latinas, y nos despediste, tras jugar al dominó, con “Salutem plurimam”. Ya la muerte fijó a tu existencia los a priori kantianos del  lugar y día, de los que siempre me hablabas para nuestras citas. Pero, como decía tu alumna, “tu legado estará siempre en nuestros corazones”. En muchos, en muchos corazones…

(Publicado en IDEAL de Granada, el lunes 7 de Noviembre de 2016)

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