Reflexiones sobre el aborto
Pepe Correa Díaz
En estos momentos en que la opinión pública ha sumergido en el inconsciente colectivo los fervores y las histerias que el controvertido tema del aborto suscitó, se imponen unos considerandos, unas reflexiones serenas, sobre unos hechos que son ya historia, pero que precisan unas nuevas bases éticas que fundamenten un proyecto de conducta humana que ha nacido viciado desde sus mismos cimientos.
Durante el último lustro el tema del aborto ha venido siendo materia de artículos y comentarios en la prensa y en otros medios informativos. Ha sido, además, motivo de encierros, manifestaciones y procesamientos.
El tratamiento o enfoque que se ha dado al problema ha sido muy dispar, según el trasfondo ideológico de la pluma que escribía o los intereses soterrados de los dedos que la pulsaban. Sin embargo, toda esa amplia gama de opiniones puede englobarse en una doble codificación: antiabortistas y proabortistas.
Para el nutrido y vociferante coro de los antiabortistas, orquestados magistralmente por la poderosa, aletargante y tentaculosa mano eclesial, el aborto es un crimen. Y un crimen alevoso, porque siega una vida inocente.
Con esta simple afirmación –no digo argumento- han hecho brotar cálidos sollozos en madres esperanzadas, en decrépitas abuelas y hasta en padres involuntarios. Y las voces blancas de algunos médicos coreaban armoniosas que “desde el momento de la concepción hay un ser humano”.
De entre el grupo que ha apostado abiertamente por el aborto, cabe destacar varias posturas o actitudes. La primera es la del grupo feminista: grupo de mujeres para quienes “su cuerpo es suyo”. (¡Y tanto!). Por consiguiente ellas pueden disponer de él como les dé la gana.
Esto no se les ha aceptado, pues al embrión no se le considera, en la mentalidad general, como unidad sustancial con el cuerpo de la madre, ni como objeto de su propiedad, sino que sería un ser, una persona autónoma.
Una segunda corriente estaría formada por quienes defienden que el feto es una masa informe en la que no puede hablarse de persona. Afirmación que no he visto nunca sustentada por argumentos serios que la avalen.
Por último, nos encontramos con la inconsistente argumentación esgrimida por el grupo socialista, que ha defendido el tema en el debate sobre la ley, así como en la campaña informativa que la acompañó.
Para los socialistas no se trata de una Ley del Aborto, sino de una Ley de Regulación del Aborto. Cogieron el toro por los cuernos, pero con bastante miedo; miedo que desluce la faena, y que pone en peligro la vida del artista. Con la muleta arrugada y el brazo encogido, en el natural de la estadística les corneó el toro: el toro de D. Manuel Fraga. Quien con su clásica embestida por el pitón derecho rompió las taleguillas que acariciaban los desiguales glúteos de sus señorías. Pues bien dijo el gallego que, por la misma regla de tres, habría que hacer una Ley de Regulación del Robo, del Crimen o de la Violencia. Y es que la repetición de un fenómeno no siempre es motivo que fundamente una ley, y menos cuando ésta presenta fuertes implicaciones éticas. El hecho de que determinado número de españoles vuelen a Holanda o reino Unido para practicar el aborto no es razón suficiente para hacer una ley, como no lo es el hecho de la evasión de capitales para formular una ley reguladora de la misma.
Ni que decir tiene que los razonamientos de una y otra óptica carecen de la solidez necesaria para sostener o rechazar un corpus legal de fuerte impacto social. Las dos tienen un mismo entronque ideológico, latente o implícito, que es necesario detectar o modificar: la filosofía clásica.
La última palabra sobre el aborto la tiene el filósofo, sin menoscabo de las aportaciones de la Genética, la Embriología y otras ciencias. Y no hay que alarmarse, pues es la filosofía la que nos configura el concepto de persona o de vida humana.
Este hecho es evidente. Si hacemos un rápido recorrido por los presupuestos de las teorías antiabortistas, descubriremos que están empapadas de una compacta argamasa filosófica-religiosa. Y me estoy refiriendo al concepto de hombre legado por Platón y asumido por S. Agustín y la tradición cristiana.
El alma, elemento esencial del compuesto humano, eterna o creada por Dios, toma posesión del habitáculo carnal en el momento de la fecundación. Factor primordial para una valoración del aborto como crimen o asesinato es esta concepción histórico-filosófica del ser humano, pues, efectivamente, desde esta óptica no cabe la menor duda de que se elimina un ser humano.
Lo importante ahora es saber si esta teoría, fuerte e inconscientemente arraigada en el sustrato cultural de Occidente, resiste un análisis serio. Y debo decir que no. Pues ni el traducianismo ni el creacionismo agustiniano, sobre la base antropológica platónica, merecen hoy la aceptación de la filosofía ni de la teología. Pero ahí está como hálito incrustado en los entresijos de un pensamiento, cuya extirpación se hace prácticamente imposible.
Si introducimos unas pautas filosóficas más coherentes y actuales, desde las cuales eliminemos la hipótesis de que la esencia precede a la existencia, estaremos en condiciones de establecer los nuevos principios de los que arranquen leyes y comportamientos diferentes.
Que tengamos un embrión significa que hay una existencia, pero no necesariamente –aunque parezca heterodoxo- que haya una existencia humana; que esa existencia llegue a alcanzar las cotas mínimas inherentes al ser humano. Esto requiere un ulterior desarrollo y unas condiciones, de carácter biológico, afectivo y sociológico, que necesariamente han de cumplirse. Por eso, en los primeros meses de gestación, el feto no puede verse como una realidad personal.
Sentado esto, el aborto, tal y como está admitido en la mayor parte de Europa, no puede tacharse de infanticidio, ni de crimen alguno, a pesar de la mala conciencia que sigue existiendo en muchas mujeres que lo practican, pues no se aniquila ninguna existencia personal o conciencia individual.
Naturalmente, aunque la lógica de esta argumentación sea evidente, la resistencia psicológica a la misma es prácticamente total, ya que el peso secular de una ideología modela, aprisiona y coarta la libertad de conciencia.
Ni que decir tiene que esta visión abarca otras implicaciones muy significativas (eutanasia, deficiencias profundas…) que desbordan nuestro tema, pero que deben afrontarse en la sociedad adulta y secularizada que nos toca vivir.
(Publicad en DIARIO DE GRANADA: Sábado, 28 de Agosto de 1984)