Los himnos nacionales suelen recoger el sentir de un pueblo, de una nación, cristalizado tras un período de lucha contra algún enemigo. Por esto, en su música y en su letra suelen estar transidos de denotaciones y connotaciones bélicas. Así, La Marsellesa es compuesta por Rouget de Lisle, en 1792, en el contexto de la guerra declarada a Austria. Els segadors recoge el sentimiento de los segadores que se sublevan en Cataluña contra las condiciones económicas del Conde Duque de Olivares y la participación de España en la Guerra de los 30 años, en la primera mitad del siglo XVII. Nuestro himno, Marcha de Granaderos o Marcha Real, con música de Grau, en el siglo dieciocho, carece de letra: ni las de Ventura de la Vega, Marquina, Pemán, Juaristi, Sabina… tienen hoy aceptación. Sólo la letra de Pemán resuena aún, con irreconciliables connotaciones, en las mentes de los españoles de la tercera edad.
En los últimos partidos de fútbol para la clasificación de Brasil 2014, Benzema, escoltado por Ribèry, ha desatado las iras de la Derecha francesa, al negarse a cantar La Marsellesa. La inmovilidad de sus labios, junto al prolongado desacierto en el gol, ha provocado el abucheo en las gradas de Saint-Denis. Tal vez, si hubiera cantado, con sus compañeros, “¡Que tus enemigos moribundos / vean tu triunfo y nuestra gloria!” y “¡Bajo nuestras banderas, que la victoria / acuda a tus valientes llamadas!”/, “Marchons, Marchons”, el espíritu guerrero habría secado la pólvora mojada de sus botas. Pero por las venas de Benzema corre, bajo su piel francesa, sangre argelina…
Desgraciadamente los jugadores de nuestra Selección no tienen ese problema. Ni siquiera los susaetas que defienden los colores de esa “Cosa” que es España. Porque nuestro himno, que, junto a la melodía musical, debería sintetizar en un bello poema el amplio marco cultural e histórico de nuestra Patria, se ha vaciado de contenido, reduciéndose a dos sílabas: “CHIN-TA”. La mayoría de los animales poseen unos signos mucho más ricos que éstos para expresar sus sentimientos y emociones. Sílabas que se repiten indefinidamente al son de los variables acordes de la partitura: “chin-ta-chin-ta-tachín-tachín-tachín….”. Los jugadores se juntan, entrelazados por los brazos sobre los hombros, con la mirada al cielo, al infinito, y los labios cerrados… No existe Patria, ni enemigo, ni sangre en el campo de batalla… Sólo recuerdos gloriosos de copas alzadas en altas tribunas y en torno a las gradas.
Si hubiera pervivido una de las letras republicanas, nuestros deportistas, al son de los acordes musicales, cantarían con rabia: “Soldados, la patria / nos llama a la lid, / juremos por ella / vencer o morir”. Letra que, despojada de connotaciones belicistas primitivas, serviría para precalentar el espíritu en las competiciones deportivas nacionales.
Los Himnos nacionales, como expresión del espíritu de un pueblo, igual que otros símbolos, como la bandera, deben ser respetados por todos los ciudadanos. De ahí que Francia haya adoptado medidas contra los que en ceremonias oficiales se comportan irrespetuosamente contra ellos. Un ejemplo más para nosotros, que permitimos ese lamentable espectáculo contra el Himno, en las Finales de Copa en las que participan equipos catalanes o vascos. Y en el aprendizaje de la letra, que impuso Sarkozy en las escuelas francesas, nuestros niños sí que alcanzarían la máxima nota, pues conocen a la perfección la letra del nuestro: “Chin-ta-chin”. Un brevísimo significante, vacío de significado, de historia, de tradición…. Algo que, mirado con frialdad, resulta cómico y sarcástico.
(Publicad en IDEAL de Granada el 9 de Abril de 2013)