Hace años que nos vienen bombardeando con la “crisis”. Hablan de ella, en radio y televisión, los que tiene altas nóminas, los que gozan de pluriempleo. Critican las medidas tomadas por los Gobiernos, pero no aportan soluciones. Los sindicalistas, con sueldos de privilegio, claman contra empresarios y Gobierno por las reformas emprendidas. Y la gente de a pie que piensa un poco, se pregunta: ¿dónde está la solución? ¿Tienen que ofrecerla los políticos? ¿Está en manos de los empresarios?
Yo he visto la crisis en las Grandes Superficies. En el Departamento de textil, donde hay muchísimos más dependientes que clientes. En los stands de carne, embutidos, latas, libros…, que salen a tu encuentro en los pasillos, tendiendo su mano generosa. En la pescadería y en la carnicería, sin público que compre, y con un solo trabajador ordenando los productos. En las cajas, a las que llegan los carrillos ligeros de mercancía…
Yo he visto la crisis en la calle. Al anochecer. Junto a los contenedores de los supermercados, donde espera la gente para recoger los productos de desecho. Allí se te revuelve el estómago por el lugar en el que encuentran los alimentos y por el estado de los mismos. Y te dan ganas de vomitar la cena que vas a tomar. Y te vienen a la mente las normas de salud alimentaria, tan estrictas para el comercio del sector. Y recuerdas lo mal repartida que está la riqueza. Y la estadística de los pollos que consumimos al año: ¿cuántos devorarán algunos, si una gran mayoría no los prueba?
Yo he visto la crisis en un rostro. Eran las cinco de la tarde. Detengo el coche en un paso de peatones en Vélez. Pasa una señora. Joven. Me da las gracias. La conozco desde hace tiempo. Es dueña de una agencia inmobiliaria de alquiler. Me aprecia y la aprecio. Pero no me ha reconocido. Continúo, porque tengo prisa. No quiero entretenerme. Quiero volver a tiempo para ver al Madrid. A las seis.
Unos minutos más tarde, tras aparcar, entro al patio de la Urbanización, en la que he quedado con mi amiga Nicole. La transeúnte intenta abrir la cancela. No puede. Nos llama. Le abre Nicole. “¡Hola, Carmen! ¿Cómo estás?” –mientras nos besamos. De pronto, saca varias fotos y me las muestra. Son del interior de una vivienda. No me da tiempo a verlas. “¿Sabes quién quiere comprar una casa?” –me pregunta, triste. “Vendo mi casa, Pepe”, “¿Qué te pasa? –le digo, sorprendido. “No puedo pagar la hipoteca”, -y se aleja con lágrimas en los ojos y con su hermoso rostro demacrado. Éste es el verdadero rostro de la crisis. Se llama Carmen.
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