Los Medios de Comunicación y los comentaristas defensores del Gobierno se han puesto “en pie de guerra” con la propuesta de Esperanza Aguirre de experimentar en Madrid con un Bachillerato de Excelencia.
En un país en el que continuamos, año tras año, a la cola de Europa en Educación, según el informe PISA, y en el que no se toman medidas sensatas y efectivas para corregir las deficiencias del sistema educativo, la iniciativa de Aguirre se tilda de “discriminatoria” y de atentar contra la igualdad de oportunidades. “Sacar del aula a aquellos que trabajan, y se esfuerzan, a los que son brillantes, supondría sustraer el punto de referencia, el modelo, el apoyo, a los más limitados. Y, por otra parte, tratarían de promover la competitividad en la enseñanza”, dicen, entre otras cosas.
Todo el que se dedica a la educación sabe que el reducido grupo de estudiantes ejemplares, en cada clase, por capacidad y trabajo, funciona a medio gas, porque seguir el ritmo de trabajo que ellos necesitan, conduciría al abandono del resto de compañeros. Esto acarrea poner el listón al nivel de los menos capacitados o, mejor, de los que repudian el estudio. La enseñanza continúa, en esta faceta, bajo la filosofía patente en el término “comprensión”, de la LOGSE. El proceso educativo debe “abarcarlos” a todos en el mismo nivel. El de abajo, claro, porque el de arriba es imposible. Se baja el nivel y se suben las notas. Así se contenta a la Administración y se evitan reclamaciones.
Los ilustres tertulianos y columnistas opuestos a la competitividad escolar son los que día y noche compiten en los Medios, de forma descarnada, para multiplicar sus ingresos. Y no se dan cuenta de que la competitividad está es la casa, en los propios hermanos. La competitividad la encontramos en el vestir de los alumnos, en sus cualidades físicas, en sus actividades deportivas y culturales, en la conquista de afecto… ¿Por qué se afanan en suprimirla del plano más noble, el desarrollo intelectual? Separar a los alumnos por niveles de competencias, como llaman hoy, es lo más acertado. ¿O no se hace así en las Academias de Idiomas? Impartir todos los Grupos de Lengua, Matemáticas, Idioma…, de un nivel, a la misma hora, permitiría agrupar a los discentes, según su preparación, y aplicarles la metodología apropiada, con las adaptaciones curriculares de clase, que, de forma individual, nunca se hacen. Esto sólo requeriría conceder a los Departamentos la facultad de confeccionar los grupos, por nivel de competencia, y de realizar los trasvases que, a lo largo de año, fuesen necesarios. Y que los padres aceptasen las decisiones tomadas.
Separación por el desarrollo de las competencias ya existe en los Institutos: Refuerzo, Apoyo, Diversificación Curricular. Pero es por abajo. ¿Por qué está mal hacerlo por arriba? ¿No les inculcamos la competitividad en natación, fútbol, baloncesto, gimnasia, tenis… desde alevines? ¿El estudio debe conducir al adocenamiento? Así viene siendo con el diseño curricular que ha establecido nuestra brillante clase política. Quieren una sociedad que no supere el nivel que ellos tienen: sobre todo, parte del Ejecutivo. Quedarían más en ridículo.
La idea de Doña Esperanza, que no parece lanzada para desviar la atención de otros temas, es buena. Pero no creo que sea necesario crear un Ramiro de Maeztu en cada ciudad, y becar a los “excelentes” de los pueblos, para trasladarse a la misma. Bastaría con crear la estructura apropiada en cada Centro, con la autoridad necesaria en la Dirección sobre Profesorado y Alumnos para este cometido. La empresa es sencilla, pero depende de gente complicada: nuestros políticos. Así, la excelencia estaría al alcance de todos en todas partes. Aunque siempre nos queda la esperanza.
(Publicado en IDEAL el 24/4/11)