Con las doce campanadas de Noche Vieja se desata una especie de locura generalizada. Se vive unos momentos en los que la gente parece arrojar al río del tiempo el pesado fardo que venía arrastrando a lo largo de los últimos doce meses. Es como si se cerrara la puerta del pasado, para comenzar una nueva vida… Corre el cava, y las mentes se inundan de burbujas, de esperanzadoras ilusiones.
Una vez más se olvida que el tiempo no ofrece rupturas; es un continuo que transporta en su marcha las vidas y la historia. Y aquí nos encontramos con las infraestructuras como estaban: paradas o ralentizadas. Con la subida inapelable de gas, luz, transporte y demás productos básicos. Con la bajada o congelación de los salarios y pensiones, y la amenaza de cierre de muchos comercios en nuestra capital y provincia.
Y, si uno se acerca a una oficina de Endesa, como la de Motril, para resolver un problema, tendrá tiempo de recordar a Julio Iglesias en “La vida sigue igual…” Un par de horas de espera para ser atendido por un personal amable y eficaz. Pero una espera eterna, en la única Agencia de la Costa para contratar suministro, hacer reclamaciones, cambiar el titular del contrato… Se pide la vez, se da la vez, se pierde la vez, porque, a veces, se va el anterior o se olvida la cara del mismo. Mientras, los nervios crecen en la sala, porque se hace tarde para recoger a los niños, porque el tiempo corre veloz en la tarjeta del parking o porque hay que volver al trabajo. Las historias se cruzan entre conocidos y desconocidos, mientras afluyen nuevas personas. Otras salen a fumar a la calle o a hacer la compra, tras pedir que les guarden la vez.
Colgada en la pared, a espaldas de los empleados, una pantalla de televisión ofrece, en tono suave, imperceptible sobre las incesantes conversaciones del público, La mañana de La 1. Mariló Montero, ajena a los cobros improcedentes, a la gitana a la que le han cortado el suministro y abandona la oficina hacia la Huerta Carrasco, en busca de una conexión gratuita, hace un repaso, con Cristina Morató, a las Divas rebeldes, su último libro. En blanco y negro desfilan J. Kennedy, A. Hepburn. Mª Callas… Los rasgos de sus personalidades, sus fobias y filias, sus amores, el glamour que las envolvió, pueden seguirse en los subtítulos de la pantalla.
Pero la gente no está pendiente de ella. Se encuentra lejana. Su realidad es otra. Sólo le preocupa que le aclaren la factura, que le digan por qué tiene que cambiar el ICP, o si abren por la tarde, porque está al caer la hora de cierre. Allí no se percibe todavía el aliento de Aznar sobre el kilovatio. Nadie habla de los 200.000€ del expresidente, que van incluidos en 9,8% de subida a partir de enero. Ni de los 80.000 € que le aportamos con nuestros impuestos. Ni de Felipe y Gas Natural.
La verdad es que la vida sigue igual. Con los mismos problemas del año pasado, a pesar del cotillón y del cava. Nos ahogan los impuestos. La cuesta de enero es más empinada. Los políticos no se enteran, pero mantienen su status y engordan sus cuentas en los consejos de administración, tertulias, publicaciones… Y el pueblo se empobrece, se desmoraliza, alienado en la catarsis futbolera, las tertulias o la telebasura, a la espera de una oferta de trabajo, de una situación mejor.
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